domingo, 23 de diciembre de 2007

Beso de despedida

Cuando estás vagando alrededor,
abrir la puerta de nuestro mundo...
no te satisface, ¿verdad?
Si tú extiendes tus alas, cree, y podrás volar.

Un beso de despedida, memoria del amor,
puede que te haya perdido,
las memorias del amor me han hecho fuerte.

Estás buscando con certeza,
aquello que todo el mundo ama;
un amor constante, está siempre en tu interior.

Un beso de despedida, adiós mi amada,
he cambiado a un nuevo yo.
Un beso de despedida, memoria del amor,
si solo pudiéramos cambiar a una nueva pareja.

Un beso de despedida, no lloraré.
Porque puedes ser amada otra vez
porque ya lo fuistes...

viernes, 21 de diciembre de 2007

Corazón

Corazón, ya no encuentro tus manos en las noches,
ya no puedo dedicarte bromas tontas,
ya no puedo caminar por tu casa y no sentir tu vacío,
ya no puedo mirar tu calle sin recordar tu nombre...

Corazón, he cantado muchas canciones desde que te fuiste,
fue hace tan poco pero me parece tan lejos,
y ellas han seguido, pero no estás conmigo,
y aún mis versos se escriben sin poder ser leídos...

Corazón, no sé si te escribiré de nuevo
no sé si podré dejar que mis palabras recorran tu silueta
que mis canciones acaricien tiernamente tu oído
que mis palabras vibren velozmente por tu cabello…

Corazón, son mis últimas líneas,
tengo tanto que decirte
pero temo que las palabras se queden en tus oídos,
tengo tanto que escribirte
pero temo que a mis letras las borren tus olvidos,
tengo tanto que sentirte
pero temo que cuando regreses ya no sienta lo mismo…

Un beso, en donde más te guste y en todo lo demás también;
un beso, todas las mañanas cuando te levantes
y uno en las noches cuando estés a punto de soñar;
un beso, a media mañana cuando el sol ilumine tu cabello
y uno a media tarde, cuando el sol caiga y estés mirando al cielo,
buscando una razón...

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Realidad

Aquí me acompañas,
en esta noche sombría,
las mismas canciones,
todas para tí,
¿será la última noche de verdad?
Quizas sí...
Quizas no...
¿Me esperarías ahí donde estuvieses?
Con esa mirada tuya en la cara,
como si nada te doliese,
como si nada te intimidara,
y yo contigo,
en nuestra noche...
¿será la última noche?

Así que, déjame acercarme a tí,
tan cerca como tú quieras,
lo suficiente para mí,
lo suficiente para notar tu corazón y su pulso,
cierra los ojos, y ábrelos,
y verás que ésto no es un sueño,
que es real,
estoy junto a tí,
¿supiste alguna vez que yo fui entero tuyo?
Cierra los ojos, y ábrelos,
y verás que no estas soñando,
que esto es real,
y que estoy junto a ti.

Extraños sucesos

Todos estos sucesos están basados en hechos reales.

I - La chica del cementerio

Mario y yo habíamos quedado a la una en el cementerio, para probar los rumores de que había un fantasma merodeando por la zona. Acordamos llevar una cámara y filmar durante media hora antes de irnos. Si la niña no aparecía, Javier nos tendría que dar veinte euros, y si aparecía, le tendríamos que dar veinte cada uno. El recibiría más dinero, pero teníamos a la lógica de nuestra parte.
El primero en llegar fui yo, cámara en mano. El cementerio estaba rodeado de árboles tenebrosos y oscuros; la mayoría de las tumbas estaban cubiertas de musgo. Estaba un poco asustado. Mario llegó cinco minutos después.

-¿Has traído la cámara? -preguntó ansioso.
-Sí, aquí la tengo.

La saqué y comencé a grabar.
Pasó media hora y el fantasma no aparecía. Triunfantes, guardamos la cámara y nos dispusimos a salir cuando oímos un susurro.

-¿Hola? -preguntó Mario.
-Habrá sido el viento, vámonos.

Nos dimos la vuelta y volvimos a oír ese susurro.

-Saca la cámara -dijo Mario, asustado.

Comencé a filmar y a mirar a todos lados. Se empezaron a oír unos susurros cada vez más fuertes. Al final pudimos entender.

-Hola...Hola...Hola...

Se nos erizó la piel e íbamos a salir corriendo cuando una niña apareció de la nada, delante de nosotros, con unos ojos brillantes. Gritamos y corrimos hasta llegar a casa de Mario. Ya más calmados, vimos la grabación y apareció de nuevo la niña con esos ojos tan brillantes. Joder, hemos perdido la apuesta.

II - El callejón

Mis dos amigas y yo decidimos reunirnos en el parque para ir caminando a la discoteca. Hoy era el gran día; las tres estábamos decididas a buscar novio. Delante del espejo, me puse lo más mona que pude. Salí orgullosa del baño, cogí el bolso (con un par de condones por si acaso) y bajé las escaleras. Mi madre me esperaba.

-Quiero que vuelvas a casa como mínimo a la una
-Entendido.

Era mentira, tenía pensado no volver hasta mañana, pero no pasaría nada. Salí de casa y caminé hasta llegar al parque. Mis amigas ya me esperaban.

-¡Raquel!

Nos dimos un par de besos y nos dirigimos a la discoteca. Íbamos por una calle cuando una de mis amigas, Carmen, señaló un callejón.

-Es un atajo, vayamos por ahí.

Las tres entramos en él y caminamos hasta llegar a una pared. Las dos miramos a Carmen.

-Vaya, esta pared no estaba antes de ayer.

Volvimos sobre nuestros pasos pero el callejón nunca acababa.

-¡No era tan largo la última vez! ¡Vamos a separarnos!

Carmen y mi amiga siguieron caminando y yo regresé por el callejón. El callejón torció y llegué a la salida.

-Qué raro, voy a volver a por...

Pero al girarme, no había ningún callejón.

III - El motorista fantasma

Enfrente tenía a mi psicólogo personal. Como aquellos días, empezó el exámen con la misma pregunta.

-¿Qué fue lo que pasó?
-Mire, estabamos mi mujer y yo paseando por la avenida marítima. No había ningún coche y tampoco vimos a nadie en ese momento, a pesar de ser las nueve de la noche. Estábamos extrañados, pero tampoco nos importó mucho. Entonces, a lo lejos vimos una moto. Pasó a nuestro lado y se paró. Era un esqueleto la que lo conducía. Salimos corriendo, como es normal, mientras gritaba "Vais a morir, vais a morir". Horripilante.
-Después de eso, por la mañana, fui a montarme en mi coche cuando encontré una calavera en el asiento. En su frente estaba grabado "Vais a morir". No sé que hacer, me estoy volviendo loco, es más... Ahora mismo lo estoy viendo.

Un esqueleto apareció detrás del psicólogo y le aplastó la cabeza. Salí corriendo de la habitación.

El teléfono sonaba.

-¿Diga?
-¿La señora Martínez?
-Sí, esa soy yo.
-Su marido ha ingresado en el manicomio.

IV - El garaje

Como todos los días, volví del trabajo cansado y me encontré con mi novia en la puerta de mi casa.

-La cena está lista. -decía con alegría.
-Ok, voy a aparcar el coche cariño.

Entré en el garaje de la comunidad y aparqué mi flamante volvo. Cogí mi maletín y mi chaqueta y me dirigí a la salida del garaje... Pero ésta no aparecía.

-Qué extraño...

Me acerqué a la pared y caminé siguiéndola hasta llegar a un tramo donde vi grabada la palabra EXIT y una flecha que señalaba hacia delante.

-¿Qué pasa aquí?

Volví a donde dejé el coche, pero ya no estaba. Asustado, llamé a mi novia.

-¡Cariño, tienes que ayudarme, estoy atrapado en el garaje y no se qué hacer!
-Tranquilo, ya encontrarás la salida, date prisa que la comida se enfría.

María apagó el móvil. Desesperado, comencé a dar rodeos. De vez en cuando aparecía un coche que no era mío y desaparecía segundos después. Entonces se me ocurrió una idea. Saqué de mi bolsillo un paquete de galletas y empecé a hacer un camino con ellas. Las dejaba a un metro de distancia y así estuve como diez minutos hasta que me di cuenta de que las galletas habían desaparecido... Fui a llamar de nuevo a María cuando un hombre se acercó a mí. Llevaba una chaqueta negra y unos vaqueros. Tenía el pelo largo que le caía delante de la cara y lo apartaba a soplidos.

-¡Menos mal que hay alguien! ¿Sabe donde está la salida?
-Sí, está cerca de aquí.
-Lléveme por favor.

Seguí al hombre lentamente. Entonces se me cayó el móvil. Al recogerlo y subir la mirada, el hombre había desaparecido. Volví a llamar a María.

-Por Dios, María, ven a buscarme, no sé como salir.
-Vale.

Cinco minutos después, el móvil volvió a sonar.

-Cariño...
-¿Si?
-No hay ningún garaje.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Epílogo: ¿El final?

Gray y yo nos levantamos y observamos el vacío que antes había sido Salitrea. Donde había estado solo quedaba una llanura árida de color grisáceo.

-Lisa... qué hemos hecho -dijo Gray.

De golpe, la cabeza me empezó a doler. Un dolor intenso que me corroía por dentro. Comencé a gritar, mientras que Gray hacía lo mismo. Estuvimos un rato en el suelo cuando mi mente se lleno de recuerdos. ¿Por qué estaba en Salitrea? El dolor cesó... y otro más bien distinto me golpeó de lleno.

-Gray...

-Sí, lo sé.

-Había venido a Salitrea a visitar a mi hermana Jill. Estaba en el coche cuando... un camión se cruzó y me dí de lleno contra el volante. Al despertarme me encontré en el parque de atracciones. No me acordaba...

-Yo le seguía la pista a un asesino cuando llegué a su casa y... me clavó un cuchillo en el pecho. Al despertarme estaba en la iglesia con Claudia.

-¿Cómo estará Jill? -dije preocupada.

-Mis dos hijas...

Los dos nos miramos. Samael nos debió quitar nuestros recuerdos sin darnos cuenta y habíamos estado todo este tiempo sin saberlo. Estábamos muertos, pero habíamos vuelto a la vida gracias a él... y habíamos condenado a los vivos.

Crónicas de Salitrea VI: La batalla final

La prisión se encontraba igual de oscura que el exterior. Recordé que llevaba encima una linterna, así que la saqué del bolsillo y la encendí. Iluminé la estancia, que parecía ser un pequeño vestíbulo; enfrente de mí se hallaba un detector de metales oxidado y a mi alrededor sólo había mesas y sillas desperdigadas. Pasé por el detector de metales y me interné por un largo pasillo que parecía que nunca iba a acabar... hasta que llegué a una puerta de metal. Al entrar en ella, descubrí con gran pesar que había unas escaleras de caracol que descendían a una oscuridad sin retorno. Con temor, bajé las escaleras, preparada para todo lo que fuese a encontrar.
Pasaron los minutos y yo seguía descendiendo por las escaleras cuando oí un ruido sobre mí; alguien había abierto la puerta del gran pasillo. Un sonido inhumano, parecido al sonido de los zombis en las películas de terror, se escuchó por toda la estancia y me heló la sangre. Corrí hacía abajo hasta tropezarme y caer en trompicones hasta el final de las escaleras. Se oía unos pasos detrás de mí, giré en redondo y apunté a las escaleras. Esperé pacientemente hasta que dejé de oir los pasos... y no ocurrió nada. Extrañada, miré hacia arriba, pero tampoco había nada. Fuese lo que fuese, se había marchado. Me dí la vuelta y me encontré con una puerta, en donde ponía escrito en rojo "Infierno". No tuve fuerzas para abrir la puerta hasta que oí un ruido por encima, lo cual me hizo entrar de golpe.
Una fila de celdas estaban a mi derecha, mientras que a mi izquierda solo encontré una pared maciza.

-¡Gray! -grité.

Fui pasando por las celdas y mirando en el interior hasta encontrarme una persona tirada en el suelo... que sin duda reconocí. El antiguo compañero de Gray, Wolf Johans. Tenía un aspecto lamentable. Unas grandes canas cubrían su cara, llena de arrugas. Sus ojos no tenían un brillo normal y tenía unas grandes ojeras. Llevaba poca ropa, y la que llevaba estaba maltrecha y sucia. Levantó la mirada y luego la bajó. No dijo nada.

-¿Wolf?

Wolf no se inmutó. Con un gran pesar, lo dejé donde estaba y continué la búsqueda de Gray, que me llevó hasta una celda abierta con un agujero enorme en la pared. Entré en él y grité el nombre de mi compañero. Comencé a correr por los pasillos que había visto en la extraña habitación de Samael (supongo que era él). Había un rastro de cadáveres de monstruos que la mente humana era incapaz de imaginar. Notaba que mi corazón se encogía de terror; no sabía si podría aguantar más antes de volverme loca.
Tras estar caminando un buen rato por los pasillos, encontré una puerta de madera ensuciada. Al entrar por ella, me dí cuenta de que dos personas se encontraban hablando. Una era Gray... y la otra era una mujer con aspecto de secretaria. Me acerqué a Gray, que se giró y me miró. Esa mirada... estaba llena de rabia y odio.

-¡Atrás o disparo! ¡Quiero a mi amiga!

Gray levantó la pistola y me apuntó.

-¡Espera Gray! ¡Soy Lisa, no Samael!

-¿Cómo sé yo eso? ¡Demuéstramelo!

Estuvé unos segundos pensando hasta que decidí hablar.

-Nos conocimos en un centro comercial de esta ciudad. En ese momento estaba tan perdida y asustada que no sabía si eras real o si, en ese caso, eras una buena persona. Pasé de tí y me fui corriendo hasta una tienda de ropa... donde me asesinaron por segunda vez en esta ciudad.

Gray bajó la pistola y sus ojos se llenaron de ternura.

-Lo siento Lisa...

Nos dimos un gran abrazo y luego miré a la mujer sentada.

-¿Quién es esa? -Mi mujer, Sha...

La mujer había desaparecido.

-Pero qué...

Todo se sumió en una oscuridad antinatural. Sentía la presencia de Gray a mi lado. Nos cogimos de la mano mientras a nuestra alrededor se iba formando un paisaje. Estabamos en la cima de una colina. A lo lejos se divisaba Salitrea, pero no la Salitrea oscura y terrorífica que yo tan bien conocía. Los edificios estaban limpios y las calles irradiaban vida. Sus cuidadanos eran personas normales que realizaban sus quehaceres diarios. El cielo era de un azul que nunca había recordado. Gray se sentó en la colina y sus ojos se llenaron de lágrimas.

-¿Ya está? ¿Esto es todo?

-Creo que sí...

Me tumbé en la fresca hierba que no sentía desde hacia mucho tiempo... y entonces la ciudad de Salitrea fue engullida por la niebla de Samael.

martes, 11 de diciembre de 2007

Crónicas de Salitrea V: La salvación

Cuando desperté, me di cuenta de que "Lisa" me había encerrado en una celda. Los barrotes parecían oxidados y cubiertos de un líquido rojo y espeso parecido a la sangre. Las paredes, sucias y destrozadas por el paso del tiempo. Lisa se hallaba detrás de los barrotes, sentada en una silla. Sus ojos no eran como siempre. Eran grises y sin vida.
-¿Ya te has despertado, cariño?
-Calla, arpía. -proferí -Devuélveme a mi amiga. -dije mientras me levantaba.
-¿De qué hablas? Soy Sharon, tu mujer.
...
-¿Cómo?
Ahora que me fijaba, la mujer que estaba sentada en la silla no era Lisa. Tenía el pelo de color anaranjado, recogido en un moño. Llevaba unas gafas pequeñas y tenía los ojos marrones. Su cuerpo era bastante delgado e iba vestida con un traje azul que le llegaba hasta las rodillas. Llevaba unos tacones rojos.
-Sí, Gray, nos separamos hace ya dos años, pero he logrado encontrarte.
-Tú no eres Sharon, no puedes estar aquí. Me aferré a los barrotes.
-¿Recuerdas aquella vez en el hotel? Me dijiste que volverías a llevarme, pero me dejaste sola. Te he estado buscando todo este tiempo, y te he encontrado aquí, en esta prisión. ¿Qué has hecho?
-¡Yo no he hecho nada! ¡Tú no eres real!
-¿Cómo puedes decirle eso a tu propia esposa? -Sharon se levantó y se acercó a los barrotes. Me acercó su mano y me acarició la cara. -¿Ves? Soy real.
-Sharon... Dejé que me acariciase; notaba el calor de su mano. ¿Era de verdad real, podía estar mi mujer aquí... conmigo?
-Ven a por mí, Gray. Te estoy esperando.
Sharon se sentó en la silla. Un ruido se oyó a mi espalda. Giré para ver que había provocado el ruido; la pared se había desplomado.
-Cariño, voy a por ti, quédate donde estás. Me interné por la derrumbada pared.
Por otra parte, Claudia se asomaba por la ventana más alta de la iglesia. Jameson practicaba con la escopeta que le había dado ella. Parecía gustarle. Claudia observó el cielo, que comenzó a cambiar. La niebla que era común en Salitrea se tornó oscuridad. La ciudad fue cayendo en una noche permanente. Claudia abrió los ojos desorbitadamente.
-No es posible... Miró hacia bajo.
-¡Jameson, métete en la iglesia, rápido!
Jameson miró hacia arriba y el pánico se apoderó de él. Entró corriendo dentro del edifico cuando todo se sumió en las tinieblas.
Me encontraba en una habitación pequeña. Había un gran cristal por una parte. En la otra, hábía un gran amuleto piramidal grabado en la pared. El amuleto de Metatron. A través del cristal, había otra habitación igual que la que estaba yo. Una estrella de cinco puntas estaba grabada en la pared. La estrella satánica. El signo de Samael. Una mujer igual que yo se encontraba ahí. Tenía el pelo oscuro y sus ojos eran grises. Su cuerpo irradiaba un aura maligna. Élla me miró.
-Lisa, ha llegado el momento de saber si quieres sobrevivir a mi infierno. Tienes una oportunidad. Debes salvar a tu amigo antes de que caiga en las garras del mal.
Una imagen apareció en el cristal. Se observaba a Gray corriendo por unos pasillos infestados de monstruos inimaginables. Avanzaba como podía, disparando a todas las abominaciones que encontraba.
-Si lo salvas, podréis salir vivos de aquí. Si fallas... Salitrea os atrapará para siempre, y me haré con el control de vuestras almas. Adiós.
La mujer se desvaneció y las habitaciones también. Lentamente, me materialicé en la entrada de una prisión. El cielo se había vuelto oscuro y las calles de la ciudad se encontraban atestadas de monstruos. Oía los gritos que producían y helaban la sangre. Entré en la prisión, a luchar por mi libertad.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Crónicas de Salitrea IV: Salimos de la sartén, para caer en las llamas

Gray y yo llegamos a la conclusión de que el siguiente paso debía de ser ir al ayuntamiento. Necesitábamos buscar información en ese lugar. Salimos del bosque y nos dirigimos hacia nuestro destino cuando vi una silueta por el rabillo de mi ojo. Giré rápidamente y miré a mis lados, pero no había nadie.
-¿Qué pasa Lisa? -preguntó Gray.

-Tengo la sensación de que nos siguen...

-¿Seguro? Mantente alerta. Continuemos.

Gray siguió caminando y yo detrás de él.


Llegamos al ayuntamiento, un gran rascacielos lleno de ventanas de cristales azulados. El edificio daba sensación de ser moderno y futurista. Entramos en él y buscamos el despacho del presidente. Se encontraba en la décimocuarta planta. Comenzamos a subir las escaleras lentamente hasta llegar a una puerta donde ponía "Planta 14º". Antes de entrar, oí un ruido en el fondo del edificio. Me asomé por la barandilla; había una niña arrastrándose por las escaleras. Llevaba una manta rajada encima, muy sucia, y dejaba un rastro de sangre a su paso. Su cabeza giró hasta quedarse mirando hacia arriba, hacia mí, con unos ojos sin expresión. Grité y me acerqué a la puerta por donde había pasado Gray. Estaba cerrada.

-¡Gray, la puerta, ábrela!

-No puedo, está trabada.

Notaba que la niña se acercaba más y más.

-Volveré con algo para romperla, aguanta.

Oí como Gray se alejaba. Desenfundé la "Black Rose" y apunté a las escaleras. Inexplicablemente, oí el sonido de la niña al lado de mí. Me giré y la vi. Levanté la pistola hacia ella pero me cogió la mano y la retorció. Grité de dolor y tiré la pistola. La niña se abalanzó sobre mí y abrió la boca. No tenía mandíbula inferior, la lengua le colgaba de una forma grotesca. Grité y lloré hasta que ella entró en mi cuerpo. Perdí la consciencia.


-¡Lisa aquí estoy!

Abrí la puerta con un ariete improvisado y miré a Lisa. Estaba tumbada en el suelo, con los ojos abiertos.

-Ha muerto... ¿Dónde estará?

De golpe, se levantó y me miró detenidamente. Pegué un pequeño grito.

-¡Dios Lisa! ¡Casi me matas del susto! ¿Te encuentras bien?

-Sí claro, ¿por qué no iba a estarlo?

-Hasta hace unos segundos estabas gritando.

-Había un monstruo pero ya lo liquidé. ¿Vamos al despacho de Jeyk sí o no?

Extrañado, seguí a Lisa hasta el despacho que, no sé cómo, ella sabía donde estaba. Había un gran escritorio en medio con un montoncito de libros encima. Un par de estanterías estaban colocadas en los lados. En una de ellas se encontraba un extraño medallón piramidal.

-Busquemos por todos lados. -dijo Lisa.

Como ya era costumbre, cogimos los libros que se hallaban encima de la mesa y las estanterías y comenzamos a leerlos. Tuve suerte; lo que buscábamos lo encontré en la segunda página del primer libro que ojeé.

-Mira Lisa, lee esto.

Se lo entregué a Lisa. Según ponía en el libro, Metatron era el dios opuesto de Samael, que era un demonio. Metatron siempre llevaba un medallón en forma piramidal que le proteguía de los poderes de Samael. Con él, podía combatir a Samael sin recibir ningún daño.

-Con ese amuleto, podremos salir de Salitrea...para siempre.

-Jajajajaja.

Lisa rió grotescamente a mi lado. Yo la observé muy extrañado.

-¿Lisa?

-¿Con qué Metraton utilizaba ésto para defenderse de mi poder? -dijo.

Su voz había cambiado, ahora tenía un tono sepulcral y maligno.

-¿De qué hablas Lisa?

-Yo no soy tu amiga.

Lisa se giró y me miró. Sus ojos eran grisáceos y transmitían un profundo terror. Su piel había adoptado un tono oscuro y su pelo rubio se había vuelto canoso.
-¿Quién eres? -dije asustado. -Eso no te importa. Con esto, -dijo, cogiendo el amuleto piramidal de la libería -me aseguraré de que los mortales no salgan de mi infierno eterno. Tú no debes contárselo a nadie; tendrás que venirte conmigo.

-¡Ni hablar! Desenfundé mi pistola y apunté a la cabeza de Lisa.

-Venga hazlo, perderás lo poco que queda de tu amiga.

Tuve un segundo de vacilación, lo suficiente para que aquella mujer o lo que fuese se acercase a mi y me golpease en la cabeza, dejándome inconsciente.


lunes, 29 de octubre de 2007

Crónicas de Salitrea III: El culto de Samael

Ante nosotros se hallaba edificada la biblioteca pública de Salitrea. Construida en medio de la ciudad, todos los días recibía gente... pero ya no. Ahora presentaba un estado sucio y tenebroso.
Gray y yo entramos en el vestíbulo y pasamos a la sección de historia.
-Gray... ¿qué se supone que debemos buscar? -dije interesada.
-Intenta coleccionar todos los libros que puedas sobre los primeros años de vida de la ciudad. -dijo, mientras sacaba un par de libros de una estantería.
-Busca algo importante.
-Entendido.
Saqué unos cuantos ejemplares de la múltiples estanterías y comencé a leer. Era un trabajo arduo y tedioso que nos llevó horas y horas hasta que encontré algo bastante curioso.
La ciudad fue fundada en 1589 por los colonos ingleses. La mayoría participaban en una secta de un dios llamado Metatrón. Durante el siglo XVII esta secta influenció bastante la ciudad. Pero luego, los máximos integrantes de la secta fueron muriendo uno a uno sin ninguna causa explicable.
-Gray, ven a ver lo que he encontrado.
Gray se acercó rápidamente a mí.
-¿Qué opinas de ésto? -le pregunté, mientras señalaba el párrafo sobre la secta de Metatron.
Gray la leyó detenidamente.
-Aquí pone que su sede se encontraba en una iglesia escondida en... el bosque. Los dos nos miramos.
-Siempre supe que en ese bosque había algo raro.
-Lisa, a lo mejor ese lugar ya no existe. -dijo Gray -Podemos ir a investigar, pero no te aseguro nada.
-Vamos.
Los dos salimos de la biblioteca con más preguntas que respuestas.

Entramos en el siniestro bosque y nos dirigimos al manantial a beber agua. Debíamos seguir unas indicaciones para buscar la sede del culto religioso. Lo mejor sería separarnos; no me gustaba nada. Odiaba encontrarme con un monstruo horrible y que intentase matarme.
-Gray, ¿cómo podremos seguir una dirección en este bosque si todo lo que se ve son árboles y niebla?
-Escúchame bien. -dijo Gray, seriamente -Tomaremos como punto de partida este manantial. A medida que vayas avanzando, ve dejando marcas en los árboles con una piedra para orientarte y saber si has pasado ya por ese lugar. Por lo que decía el libro, el escondite de los monjes se encontraba bastante metido en el bosque. Deberíamos empezar a buscar en esa dirección -Señaló a una masa de árboles por detrás del manantial. -Tu buscarás por la derecha, yo por la izquierda.
Gray se fue a su lado mientras yo desenfundaba mi pistola y tomaba otro camino. Avanzaba de árbol en árbol, dejando una marca en cada uno. Al rato de caminar, observé que la niebla iba desapareciendo. El paisaje ya normal de árboles y niebla había desaparecido; en su lugar se encontraba la entrada de una cueva oscura y tenebrosa. ¿Sería aquí dónde se hallaba la antigua secta? Llamé a Gray; no obtenía ninguna respuesta, así que me interné en la cueva. Todo estaba oscuro, pero gracias a Dios llevaba una linterna con la que iluminar el camino lleno de rocas que me hicieron tropezar más de una vez.
Comencé a oír un ruido a lo lejos. Mientras me iba acercando, lo iba reconociendo; quizás un objeto métalico siendo arrastrado por el suelo. Temerosa, vislumbré una luz a lo lejos. Al meterme en ella, entré en una gran habitación llena de cadenas y rejas. Las cadenas se movían por poleas sucias y oxidadas. En el centro de la habitación, un hombre sujetaba una herramienta con la que martilleaba algo encima de un yunque. Con terror, observé que lo que estaba martilleando era la cabeza de una persona que gritaba. Sus ojos inyectados en sangre me miraban. El hombre destrozó la cabeza y se giró.
Tenía la cara deformada; la espina dorsal se le salía del cuerpo de una forma muy grotesca. Era bastante alto. Avanzaba lentamente, con unas piernas esqueléticas. Su cabeza se movía hacia todos lados, muy rápido. La herramienta que tenía en su mano derecha era una especie de martillo con dos picos a los lados.
Disparé y disparé hasta que vacié el cargador en su cabeza. El hombre seguía como si nada. Alzó su herramienta hacia mí. Recargué rápidamente y salí corriendo de la cueva. Me tumbé en la tierra y lloré escandalosamente. Gray vino al cabo de un rato.
-¿Qué ha pasado? -preguntó preocupado.
-Una pesadilla horrible, Gray -dije entre sollozos -Necesito ayuda.
-He encontrado lo que parece ser una iglesia derruida. ¿Quiéres venir conmigo?
-¡Claro que sí!
Me aferré a su brazo. Él me atrajo hacia su pecho mientras me desahogaba. Al parar de llorar, me sequé los ojos y le miré.
-Siento la escena. -dije, mientras me secaba las lágrimas.
-No te preocupes, es normal. ¿Estás más tranquila?
-Sí... continuemos.
Me dirijo una mirada de preocupación y se puso en marcha. Yo le seguí.

Llegamos a la iglesia derruida de la que hablaba Gray. Innumerables trozos de piedra se desparramaban por el claro. Un par de habitaciones se sostenían en pie. Vi bastantes libros esparcidos por el suelo.
-Busquemos información sobre este grupo.
Los dos nos agachamos y cogimos un par de libros. En el primer libro descubrí un dato muy revelador.
La secta de Metatron competía con otra, la del demonio Samael. Este demonio en particular se alimenta de los pensamientos negativos y del miedo para aumentar su poder. Esta secta había sido perseguida y aniquilada en el año 1891, pero hacía dos décadas habían comenzado a resurgir poco a poco. Había escritos varios nombres de personas pertenecientes a la secta de Metatron; Henry Dalton, Arnold Keyman, Jeremy Fergie y Kyle Mahenssi. El último de ellos era el alcalde de Salitrea.

domingo, 21 de octubre de 2007

Crónicas de Salitrea II: Los detectives malditos

-Por aquí.
Los dos desenfundamos las pistolas y pasamos por un gran callejón. Debíamos buscar a un tal Jameson, un hombre de treinta y tantos años, que había entrado en Salitrea hace menos de una hora. Vimos una bicicleta rota y una camilla con un cadáver. La sangre caía por el borde.
-Nos dijo que aparecería por aquí cerca dentro de un minuto. Separémonos.
Cada uno se fue por un lado del callejón. Tras un minuto, una persona se materializó encima de la camilla del cadáver. Éste comenzó a gritar al notar lo que tenía debajo y cayó de golpe. El cadáver se levantó lentamente y se tiró de la camilla. Tenía un aspecto aterrador y esquelético; carne medio carcomida por el paso del tiempo y le faltaban los ojos. Aun así, eso no le impedía moverse. Comenzó a subir encima del hombre cuando dos disparos le llegaron a la cabeza. Le tendí la mano al hombre, que la cogió bastante consternado. Vacié mi cargador en el monstruo, que dejó de acercarse a nosotros. Mi compañero llegó cuando estaba recargando.
-¿Qué está pasando? -dijo Jameson.
-Tranquilo, ya ha pasado todo -le dije -Nuestra jefa te lo explicará.
-Pero... ¿quiénes son ustedes?
Mi compañero y yo nos miramos.
-Él es Gray Galvin y yo... soy Lisa Garland.

Hace más o menos un año que estoy atrapada en esta pesadilla. Por entonces, morir era una rutina, pero Claudia dio un nuevo sentido a mi existencia, a mi vida. Un papel con el que soportar la eternidad. Nosotros somos los detectives malditos. Buscamos a la gente que entra en Salitrea... antes de que se pierdan a ellos mismos en la eterna niebla de la ciudad. Antes era el trabajo de Gray y un hombre llamado Wolf, pero perdió la cabeza y desapareció un día. No pudimos contactar con él. Desde entonces, yo soy la compañera de Gray. Él me ha enseñado la ciudad entera; la conozco como la palma de mi mano. Me enseñó a usar mi querida pistola, de nombre "Black Rose". También me enseñó a evitar morir con las pesadillas. Los primeros meses fueron lo peor, casi termino como Wolf, pero entonces pasó una cosa extraña.
Encontré a una niña de ocho años por Salitrea. Su nombre era Rebbeca. Ella decía que se había perdido y no sabía cómo salir de la ciudad. Con lágrimas en los ojos, le expliqué que no podía salir, que estaba atrapada para siempre, pero entones ella me dijo: "¿Estás loca? Aquí no hay nada malvado, no hay monstruos, los monstruos no existen." Entonces, desapareció. Desde ese momento, me convertí en una verdadera detective de Salitrea. De alguna manera, Rebecca no estaba atrapada. Debía buscar cómo salir. Entonces comenzó la búsqueda de la salvación.

Llevamos al pobre Jameson hasta Claudia, que le explicó lo que pasaba. El pobre tuvo la misma reacción que yo; se tiró por la alta ventana de la iglesia. Lo peor es que nuestros cadáveres seguían donde habían muerto. De vez en cuando, contemplaba mi cadáver y el de Gray, juntos en la hierba. Era bastante raro verse muerta. Otro de los problemas que teníamos eran las necesidades de comer y beber; morirse de hambre y de sed también era posible. Nos alimentábamos de los frutos del bosque que, sin saber porqué, estaban en aquella dimensión paranormal. Había dos manantiales de los que podíamos beber agua pura. Desgraciadamente, las primeras veces que iba a comer y beber me atrapaba una pesadilla y sufría bastante... Pero ahora que sé evitarlas, no hay ningun problema. Así transcurría nuestra vida: rescatando personas de las pesadillas, atendiendo a nuestras necesidades y buscando la forma de salir de esta pesadilla. Entonces fue cuando Gray y yo decidimos buscar información sobre Samael en la biblioteca pública.

domingo, 7 de octubre de 2007

Crónicas de Salitrea I - Las pesadillas de Lisa

Abrí mis ojos y me encontré enfrente de un parque temático. Empecé a caminar. Pasé por la entrada, que tenía un gran letrero fosforescente donde se leía "Lakeside Amusement Park". Miré asustada a todos lados; un par de conejos de peluche chorreaban sangre por la boca. Las barandillas de las atracciones, oxidadas y tenebrosas, impedían la salida del extraño sitio.
-¿Dónde estoy?
Me miré la mano. Estaba sujetando un cuchillo. Confusa, me lo guardé en mi chaqueta y seguí caminando. Todo tenía aspecto de estar sucio, muy sucio. El cielo era oscuro, pero las luces de las farolas alumbraban el lugar. Pero lo más notable era ese ambiente... frío. Había un gran tiovivo con unos corceles de blanco girando lentamente a mi derecha. Los contemplé durante unos instantes. Un ruido estridente salía de su interior.
-¿Qué es eso?
Una figura monstruosa surgió del tiovivo. Era una niño con los ojos amarillos. De ellos salían una sangre roja, muy roja... anormalmente roja. Caminaba débilmente y su piel era de un tono grisaceo. Chilló tan horriblemente que empecé a gritar. Él se acercó a mí y tuve que acuchillarle hasta que cayó rendido bajo mis pies. Lloré hasta hartarme. Un charco de sangre negra y espesa se había formado bajo mis pies.-Que alguien me ayude...Otro niño monstruoso salió del tiovivo, y otro, y otro. Lentamente, noté como me cogían y devoraban sin que pudiese hacer nada.

-¡DIOS!
Me levanté de golpe de una silla. Estaba en un restaurante. Había unas ventanas a mi derecha, cerradas con persianas que impedían ver con claridad el exterior. Intenté abrirlas pero no podía. Salí del restaurante y vi su entrada. ¿Mcdonald´s? ¿Me había dormido en el Mcdonald´s? Sacudí la cabeza. La pesadilla me había sentado bastante mal. Tengo que llamar a mi padre para saber a qué hora me recogerá a la salida.
Recorrí todo un centro comercial donde no había ninguna persona. ¿Dónde se había metido todo el mundo? Al llegar a un teléfono público, saqué unas monedas y llamé a mi padre. Un llanto se escuchó al otro lado del teléfono, haciendo que lo dejase caer. ¿Qué había sido eso? Me di la vuelta y vi a un hombre con una chaqueta de cuero marrón. Tenía un gran mostacho negro y el pelo canoso. Su cara marcada de arrugas mostraba unos ojos casi inexpresivos.
-¿Lisa Garland? -preguntó. Tenía una voz grave.
-Sí soy yo, ¿qué pasa?
-¿Podrías acompañarme?
-¿A dónde? ¿Qué quieres de mí?
-Deja que me explique, soy detective y...
-Porfavor déjeme. Mi padre siempre dice que no hable con extraños.
Comencé a caminar deprisa alejándome del extraño individuo.
-Si huyes, sufrirás.
Eso me asustó bastante e hizo que corriese. Al cansarme, miré atrás, pero el hombre ni se había molestado en seguirme. No estaba a mi alrededor. ¿Quién era? Entré en una tienda de ropa para buscar a alguien y encontré un espectáculo horrible.Un monstruo con un cuello desmesuradamente largo etaba devorando una persona. Tenía una cabeza alargada y un cuerpo de demonio. Al mirarme, mi corazón casi explotó.
-¡AYUDA! ¡AYUDA! ¡DIOS MÍO QUE ALGUIEN ME AYUDE!
Lloriqueé e intenté salir de la tienda. Extrañamente, no podía abrir ninguna puerta. El pánico me invadió y noté que mi corazón se paró. Lentamente, caí al suelo y antes de cerrar los ojos vi la boca del monstruo devorando mi brazo.

Al levantarme en un extraño vagón, empecé a llorar. ¿Qué me estaba pasando? ¿Qué era esta serie de pesadillas? Cómo no, éste estaba desierto, igual que todo el tren. Intenté salir de él, pero todas las puertas y ventanas estaban cerradas. Entonces, el tren comenzó a moverse. Sentí miedo, pero también la esperanza de encontrar a otra persona en esa pesadilla; corrí a la cabina del conductor, pero la encontré vacía. ¿El tren se había puesto en marcha solo, por sí mismo? No sabía que hacer. Estaba desesperada. Salté hacia una ventana y caí en el raíl. El tren me pasó por encima a toda velocidad.

Al abrir los ojos lentamente, vi la cara del detective del centro comercial. Parecía estar infinitamente cansado.
-¿Ya has sufrido bastante? -preguntó.
-¡¿Qué me estás haciendo?! -grité desolada.
Comencé a llorar otra vez. Curiosamente, no me cansaba de llorar.
-No soy yo, es la ciudad. Deja que te lleve ante Claudia. Ella te lo explicará todo.
Justo antes de levantarme, el me miró a mis ojos muy serio y dijo:
-Ni se te ocurra separarte de mí. Nunca.
-Va...vale.
Los dos caminamos por el interior de lo que parecía ser una catedral barroca hasta la torre más alta. En ella, una mujer de mediana edad estaba de pie mirando por la ventana. Todo estaba cubierto por una niebla espesa, así que no se adónde estaría mirando. Al girarse, vi que era más vieja de lo que aparentaba. Tenía la cara surcada por una riada de arrugas. Sus ojos parecían sufrir cataratas y sus labios estaban incoloros y cortados.
-Lisa... bienvendia a Salitrea. Espero que podamos llevarnos bien durante la eternidad.
-¿De qué hablas? -dije.
-Te explicaré. Déjanos a solas Gray.
Gray se tiró por la ventana. Me quedé helada.
-Esta ciudad, Salitrea, está maldita. ¿No notas al demonio en el ambiente? Es el castigo que nos impuso dios al matar a su mesías.
-¿Qué dios?
-Samael, el dios de la reencarnación. Maldijo esta ciudad y condenó a todo el que entrara a sufrir un tormento inimaginable para toda la eternidad. Estás atrapada para siempre, querida, igual que yo. Terminarás volviendote loca, como todos.
Me quedé sin habla. Eso era imposble. No se podía vivir eternamente... y morir eternamente. Ya no pude soportarlo más. Me tiré por la misma ventana de Gray. Lo último que vi fue su cadáver en el suelo.

viernes, 5 de octubre de 2007

Las flores de cristal


-Al fin he llegado.
Ante mí se encontraba lo que había estado buscando. Coronada por un olmo, la Montaña de Frailes se alzaba entre las demás como la señora del mundo. Unas palmeras la rodeaban y las laderas estaban cubiertas de matorrales. Un bosquecillo de cactus se encontraba casi en lo más alto de ella, y en su cima se hallaba lo que quería.
Dentro de unos días sería nuestro aniversario, así que había preguntado a mis amigos y vecinos que podría regalarle a mi esposa. Uno de ellos, Alberto Rosales, me había recomendado coger unas flores que solo crecían en la cima de la Montaña de Frailes. Metí en una mochila todo lo que necesitaba y me dirije hacia allí en coche, y ahora me encuentro delante de ella.
Comencé la ascensión. Pasé por un camino de matorrales, una zona bastante árida y crucé el bosquecillo de cactus hasta llegar a lo más alto. Me agaché y contemplé las flores. Sus pétalos eran de un azul casi tan crsitalino como el agua. Eran preciosas, justo lo que le gustaría a mi esposa. Arranqué un par de ellas y me dispuse a descender cuando un terremoto sacudió la montaña. Al cesar, me encontraba boca arriba en el suelo y con un gran dolor de cabeza. Al levantarme, vi que el cielo se había cubierto de nubes. Una bruma pesada caía sobre el lugar; tal era su espesura que si estiraba mi brazo, no lo veía. Pero lo más importante... Hacía mucho, mucho frío.
Recuperado del susto, me interné en el bosque y me pinché con una espina de cactus. Al agacharme, noté un movimiento a mi espalda. Sería un animal. Me saqué la espina y me limpié un poco la herida. Al levantarme, me di la vuelta y vi algo totalmente anormal. Una "persona" se acercaba a mí, pero no tenía ni cara ni brazos. Su piel era grisácea y un ombligo anormalmente grande se encontraba en medio de su barriga. Iba directo hacia mí. Al darme la vuelta para empezar a correr, una sustancia negra me cayó encima. Quemaba. Salí corriendo y crucé el bosquecillo haciéndome todo tipo de rasguños. Al salir a la zona árida, comencé a notarlos. Mis piernas y mis brazos estaban llenos de púas y sufría quemaduras en el cuello y en la espalda. Me saqué las púas y traté las quemaduras con agua. Al estar listo, seguí descendiendo la montaña hasta llegar al comienzo del camino de matorrales, donde otra monstruosidad me esperaba.
Un cuerpo lleno de carne y grasa sangrienta bloqueaba el camino. No se podía distinguir ningún miembro, a excepción de una boca de la que comenzaron a salir sanguijuelas, dirigidas hacia mi persona. Corrí todo lo que pude hasta encontrar otro camino para bajar. Bajé hasta encontrar mi coche. Lo encendí a toda prisa y salí de aquel lugar endemoniado.

Lo primero que hice fue acudir a un hospital, donde me trataron las quemaduras. Al preguntarme como me las había hecho, les dije que mi mujer me había tirado sin querer una sartén de aceite ardiendo. Tras curarme, volví a casa. Mi mujer no estaba, así que dejé la mochila con las flores encima de mi cama y me dispuse a darme un baño con agua caliente. Llené la bañera de agua, me desnudé y entré en él. Me relajé y cerré los ojos.
De repente, un terremoto que sacudió la casa me despertó. Primero creía que lo había imaginado, pero el baño se fue llenando de una bruma antinatural y comenzó a hacer tanto frío como en la montaña, a pesar de estar metido en el baño caliente. Asustado, me sequé a toda prisa y me vestí. Salí del baño y llegué a la puerta de la entrada. Alberto estaba esperándome.
-Así que al final cogiste las flores.
-Sí, pero había algo extraño en aquel lugar. -dije asustado.
-Al fin tenemos otra víctima para nuestro olmo.
-¿De qué...? No pude continuar la pregunta porque mi boca se llenó de sangre. Un aguijón de un metro me había atravesado el corazón. Noté como algo se posaba en mi hombro izquierdo; la cabeza de una asquerosa mantis. Sentí que me despendría de mi cuerpo. Flotaba en el aire. Vi mi cuerpo tendido en el suelo, rodeado de sangre. Luego vi a la mantis, del tamaño de una persona de dos metros. Miré hacia Alberto, que tambien me estaba observando.
-Tu alma está condenada, ¡ahora me perteneces!
-¡No!
Viajé hasta la cima de la montaña, hasta el olmo.
.....
Las flores de cristal se deshicieron en la mochila.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Miedo en el foro

Como todos los días, subí a mi habitación y encendí el ordenador. Entré en la página de letras escondidas para ver los relatos y poemas de mis compañeros, pero me llevé una sorpresa. Un mensaje de Esthercita me esperaba.
"Estamos en un nuevo foro, prosófagos. Vente."
Sin dudarlo, ingresé en el nuevo foro, pero había algo... extraño. Al entrar en la página principal, oí un grito estremecedor procediente de la pantalla. Me acerqué asustado. Una mano salió del monitor y me llevó dentro del foro. Caí en un edificio en llamas. No había nadie a mi alrededor, así que decidí huir del fuego. Pero no había salida. De golpe, me choqué contra Margarita. -¿Margarita? ¿Qué pasa aquí? -¡Corre Pablo! Una lanza atravesó a la pobre Margarita, que cayó muerta encima de mis brazos. Aterrorizado, fijé la vista en su asesino; un hombre con una gabardina de cuero negro, vaqueros y unas botas militares. Llevaba un sombrero de tonos oscuros, ala ancha y sus ojos eran de un azul... penetrante. Caí desmayado mientras oía una voz que me susurraba: -Uno...

Aparecí en una estación de tren. Todo estaba en ruinas. Un vagón se hallaba descarrilado a mi izquierda. Comencé a caminar, asustado por el ruido de mis pisadas en el silencioso andén. Al pasar una esquina me encontré con Fulgencio. Llevaba dos pistolas enfundadas en su cintura. -Pablo, debemos alejarnos de aquí cuanto antes. -¿Qué ocurre? -Luego te lo cuento, coge esta pistola. Me tendió el arma y la ajuste a la cadera. Los dos caminabamos hacia una dirección que solo Fulgencio sabía. Pero algo nos cortó el paso. Un gusano de varios metros de largo surgió del suelo, delante de los dos. Comenzamos a disparar, pero este se extendió y engulló a Fulgencio de un bocado. -¡Nooooo! Seguí disparando hasta matar al monstruo. Con temor, entré en su boca y saqué asqueado a un Fulgencio herido de muerte. Un líquido extraño, seguramente ácido, cubría al desafortunado Fulgencio, que gemía de dolor. -Pablo... huye del hombre, cuando llegue al número siete, estaremos todos perdidos. -¿De qué hablas? Unos ojos helados se clavaron en mi nuca, lo sentí. Al girarme me encontré con él... y volví a caer inconsciente, encima de Fulgencio. Logré oír algo más: -Dos...

Ahora aparecí en un bosque sombrío. Una niebla casi palpable envolvía el lugar y hacía un frío penetrante. Caminé de nuevo, pensando con quién me encontraría. Una figura salió de la espesura. Esthercita. -Pablo... -Hola Esthercita, ¿me puedes contar que está ocurriendo aquí? -Estoy tan confusa como tú... No se qué hacer, llevo horas dando vueltas por este maldito bosque y... De repente, una sirena comenzó a sonar. Los dos nos pusimos en guardia y nos juntamos. Se oían aullidos y gruñidos. -¡Huyamos! -dije asustado. Avanzamos por la espesura, corriendo para salvarnos. Entonces, el hombre salió de la niebla armado con un bate y golpeó a Esthercita en la cabeza, dejándola en el suelo. -¡Para! ¿Por qué haces esto? Me acordé de que tenía la pistola de Fulgencio, así que la desenfudé y disparé al hombre entre ceja y ceja... y no ocurrió nada. La bala salió por detrás de su cabeza y éste ni se inmutó. Horrorizado, caí al suelo mientras unos lobos antinaturales engullían a Eshtercita. -Tres...

Ante mis ojos se extendía un gran lago. Era de noche, muy clara. Unas farolas iluminaban el único camino a seguir, alrededor del lago. Me interné en él, con la pistola en alto. Entonces apareció ñam, mojada y tiritando. -Ayúdame... Se desplomó ante mí. Su pulso era débil, así que me quité la camiseta y la coloqué sobre su cuerpo. La abrazé para darle el mejor calor posible, el humano. -Pablo, tienes que acabar con él. Su poder reside en sus ojos... Una sierpe surgió de las aguas, antes tranquilas, del lago, con un objetivo fijado: ñam. Intenté apartarla pero fue en vano: la sierpe mordió a ñam por la cadera y la partió por la mitad. Horrorizado, oí sus gritos agónicos mientras su último aliento salía de sus labios. Un charco de sangre se formó a mi alrededor. Me puse la camiseta y alcé la vista hacia el hombre. Saqué la pistola y le disparé en un ojo. Éste cayó al suelo, gritando. -¡MUERE! -dije sádicamente. Cuando fui a dispararle al otro ojo, me fulminó con la mirada. Esta vez caí yo en redondo. -Cuatro...

Un hospital era el escenario donde me encontraba. Pero todo estaba en silencio. Las paredes muy sucias y múltiples objetos esparcidos por el suelo. -No puedo más... Me senté en el suelo, muerto de miedo, y empecé a llorar. Elisabet apareció por una puerta y se acercó. -Pablo, no llores, comprendo por lo que estás pasando. -Aléjate, solo provocaré más muertes. -Qué dices, anda sube y... Elisabet nunca llegó a terminar la frase. Una jeringilla llena de aire estaba clavada en su cuello y una mano la empujó hasta que la aguja salió por el otro lado. Elisaber se desplomó. El hombre me miró; quedé inconsciente. -Cinco...

Estaba en una gran avenida, bordeada por edificios con tonos oscuros que me infundieron un pánico extremo. Avancé por la interminable calle hasta encontarme con el hombre. Sujetaba a pepsi con las dos manos, asfixiándola y quitándole su vida. Reaccioné y apunté al otro ojo. Apreté al gatillo. La bala impactó en el blanco, haciendo que el hombre soltase a pepsi. Todavía viva, salió corriendo y cayó llorando a mis pies. El hombre quedó tirado en el suelo... muerto. -Gracias por salvarme Pablo... -Todo ha acabado pepsi, todo ha acabado... Era mentira. El sonido de una pistola se escuchó por todo el lugar; una bala atravesó a pepsi y se hundió en mi barriga. El hombre sujetaba una mágnum recién utilizada. Pepsi cayó muerta, y yo inconsciente encima de ella. -Seis...

Estaba amarrado a una silla eléctrica. Veía sus controles delante de mí, pero no había nadie para accionarlos. Aterrado, comencé a pedir ayuda, pero nadie venía... o sí. Él vino. -¡Déjame vivir, por favor! ¡Déjame en paz! Accionó los controles y una descarga de diez mil voltios sacudió mi cuerpo. Mi sangre se desparramó sobre mis piernas y mi vida se apagó, no sin antes oír: -Siete...

Los otros miembros del foro fueron sucumbiendo uno a uno ante una serie de extraños asesinatos. Ninguno quedó vivo.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

El amante de los insectos

Este es un microrelato de mi repertorio, éste en especial es el que más me gusta.

Mi vecino es un chico muy raro. Tiene once años y le encanta coleccionar bichos. Un día me invito a ir a su desván, donde guardaba en pequeños botes de cristal todo tipo de insectos; desde cochinillas, gusanos, mariposas o incluso cangrejos, lagartos e incluso algún pez que otro. Mis amigos decían que estaba loco y que todas las tardes, en el crepúsculo, se internaba en el bosque para cuidar a un dinosaurio. Naturalmente, no les creí. Un día, mientras jugueteaba con las alas de una mosca muerta, me dijo: "¿Quieres ver a mi mejor bicho?" Pensé lo peor, pero como quería probar que lo que dicen mis amigos es mentira, le dije: "Sí claro, ¿dónde está?" "Sígueme" Nos internamos en el bosque hasta llegar a un pequeño claro donde había una tapa de alcantarilla. Al removerla, desveló un gran hoyo. Me dijo "Mírala". Al asomarme por el aguero, vi a una niña desnuda, de más o menos ocho años, mirándome con unos ojos inhumanos. Lo último que vi fueron esos ojos.