domingo, 9 de marzo de 2008

No estás

El cielo azul por siempre,
el pasto verde se mece en el aire, bailando.
Sería una mejor vista contigo, conmigo.
Si no me hubieses encontrado,
estaría bien conmigo mismo,
nunca me sentí solo;
entonces viniste tú.

¿Qué debo hacer ahora?
Estoy encadenado, adicto a tí.
Mi cuerpo me duele,
ahora que te has ido.
Mi mundo se desmorona.

Me diste todo lo que tenías, y más,
anhelaste mi felicidad.
Cuando me haces sentir alegre
tú sonríes,
pero ahora siento tu tensión.
El amor nunca significó ser como un loco asunto,
no. Y quien tiene tiempo para lágrimas...
Nunca pensé que me sentaría alrededor y lloraría por tu amor,
hasta ahora.

Siento tu tensión…
Y quién tiene tiempo para lágrimas…

Las memorias de Salitrea II: Caminando en la oscuridad

Avancé por el estrecho camino hasta llegar a la edificación. Las paredes exteriores estaban deterioradas, sin pintura y con agujeros en su mayor parte. Parecía que estaban destruyendo el edificio. Me decidí por entrar, ya que no había otro sitio a donde ir.
Me encontraba en un pasillo con un par de ventanas, una puerta y un ascensor a su lado. Evidentemente, el edificio carecía de electricidad, así que deseché la idea de utilizar el ascensor. Iluminando las escaleras con la linterna, subí varios pisos, sin encontrar puertas abiertas. En la tercera planta encontré un cartel que avisaba: “Se prohibe la entrada, debido al derrumbamiento del cuarto piso”; temí que el derrumbe hubiera afectado también a las escaleras, pero por suerte no fue así, y al llegar al quinto piso pude, ¡por fin!, dejar las escaleras. A la luz de la linterna, observé un pasillo sembrado de escombros, quizás producto del derrumbe; me ví obligada a avanzar con suma precaución, temerosa de encontrar grietas en el piso o de que los escombros ocultaran alguno de los horrores de Salitrea.
La mayor parte de la siguiente habitación se hallaba derruida y no tenía muchos muebles, pero había una pasarela pegada al exterior que llevaba a otro edificio. Subí cuidadosamente y di dos pasos cuando un grito se escuchó por todo el lugar, exactamente a mi espalda. Desenfundé a “Black Rose” (la primera vez en siete años) y giré sobre mí misma. Sabía que tarde o temprano me encontraría con un monstruo, pero nunca imaginé que sería tan terrible. Una mujer sin un ojo corría detrás de mí, algo la perseguía. Cayó de golpe y un hombre la devoró viva. Yo salí corriendo, mientras notaba que la pasarela se aflojaba. Justo antes de llegar a la ventana del otro edificio, esta cedió y se precipitó al vacío. Salté y conseguí agarrarme al bordillo de la ventana. El monstruo me había perseguido, por eso se hallaba ahora entre los restos. Entré en la habitación y me llevé una sorpresa.
Al principio me cegó la luz, pero luego conseguí ver dónde me encontraba. Había accedido a un despacho limpio y pulcro, con muchos libros. Un par de plantas adornaban la habitación, y junto a ellas un hombre me miraba, curioso. Debía de tener alrededor de cuarenta años; algunas canas cubrían su cabeza, se notaban las arrugas de su cara y llevaba gafas. La barba recién cortada, la vestimenta y su pose decían que era un hombre poderoso.

-Hola Lisa, así es cómo te llamas, ¿verdad?
-¿Y tú quién coño eres? –pregunté, cortante.

Se colocó sus gafas y comenzó a hablar.

-Me llamo Jameson, no lo olvides, ¿ok?
-¿Jameson?

Muchas imágenes rondaron por mi cabeza; siete años atrás, cuando le salvamos de aquel monstruo, los momentos que pasamos juntos… y cuando le abandonamos en Salitrea.

-Sí, pero tranquila, estoy de tu lado.
-¿A qué te refieres con eso?
-Pues que no estoy con Claudia; no me clasifiques con esa loca. A ella se le ha ido completamente la olla con todos esos ritos paganos y satánicos. Aunque todo lo que digo debe de ser muy duro para ti… Al fin y al cabo, es tu madre.

El silencio invadió la habitación durante un corto periodo.

-¿Mi madre? ¿De qué me hablas? –pregunté asustada.
-A… ¿Con qué Harry no te contó nada?
-Mi padre dijo que mi madre había fallecido hace veinticuatro años en un accidente.
-Bueno, entonces ya lo descubrirás sola.

Jameson salió de la habitación y me dejó sola. No es posible que Claudia sea mi madre, serían muchas coincidencias. Además, ¿por qué me mentiría papá? Enfundé mi pistola y decidí explorar el edificio, buscar la manera de salir de él. Abrí la puerta por donde salió Jameson y accedí a una gran zona con varias columnas, puertas y un ascensor semiabierto… que tampoco funcionaba. Me fijé en que la puerta del piso de abajo estaba abierta, pero no podía bajar por el ascensor… tendría que buscar las escaleras. Desafortunadamente, la puerta que daba acceso a ellas estaba fuertemente cerrada, imposible de forzar. Debía de buscar algo para abrirla. Decidí explorar esta planta.
Volví a estar a oscuras, por lo que encendí la linterna. Pasé por un par de habitaciones, la mayoría oficinas, en donde solo encontré una cuerda, útil para bajar por el ascensor... que estaba cerrado. Tras dar varios rodeos entré en una galería llena de cuadros, muchos sobre el Apocalipsis. Encontré un gato que me serviría para abrir las puertas del ascensor. Orgullosa de mí misma, retrocedí hasta llegar al ascensor, pero algo había cambiado.
Al entrar a la sala, comencé a escuchar gruñidos. Asustada, desenfundé mi pistola y me pegué a la pared. Al cabo de unos segundos, dos perros se pararon delante de mí. Observe aterrada, que su cabeza tenía dos mandíbulas llenas de sangre coagulada; las abrían como los cocodrilos.
Se lanzaron hacía mí pero conseguí abatir a uno de ellos antes de que el otro se me echase encima. Consiguió morderme la mano, acto seguido le disparé.
La herida era bastante fea, pero no tenía nada para curarme, así que decidí bajar por el ascensor. Lo abrí gracias al gato y luego bajé con la cuerda atada a los dos cadáveres de los monstruos. Llegué al piso de abajo, donde solo había una bañera y una puerta que también estaba cerrada. Al volver, observé que la bañera se estaba llenando de sangre.

-¡Dios! ¡Mi cabeza!

Comenzó a dolerme intensamente mientras a mi alrededor el edificio cambiaba; las paredes se ensangrentaban y ensuciaban, aparecían puertas de metal oxidadas, muebles rotos y el suelo se cubría de algo. Me quedé inconsciente.

Una voz…

“Estás siendo invadida por otro mundo, lleno de pesadillas, soñado por alguien.”

miércoles, 23 de enero de 2008

Las memorias de Salitrea I: Vuelve la pesadilla

Caminaba lentamente por la larga avenida abarrotada de gente. Acababa de terminar la compra y estaba volviendo a mi casa. Había cambiado de look, y me sentía orgullosa; el pelo me caía sedoso por la espalda y despejaba mi frente. Gracias al milagroso sol de Phoenix, mi piel había adquirido un tono dorado. Mis gustos por la ropa habían cambiado también, aunque fuese solo un poco. Llevaba una camiseta roja con escote y unos vaqueros cortos. Los tacones rojos, reciénmente comprados, sonaban por la avenida, atrayendo la mirada de los hombres más cercanos. Sí, todo había vuelto a la normalidad.

Habían pasado ya siete años. Al principio, Gray y yo no sabíamos muy bien qué hacer. Por nuestra culpa, todos los habitantes de Salitrea habían sido condenados al infierno eterno de Samael. Nos habíamos quedado de piedra y no supimos como sentirnos, y cuando descubrimos que Claudia y Jameson tampoco se habían salvado, estuvimos a punto de suicidarnos. Lo primero que hicimos fue alejarnos de la ciudad y alquilar un piso con el dinero que conseguimos, gracias al trabajo de Gray. Con el paso de los años, logramos encontrar un lugar cómodo donde vivimos los dos. Ya casi habíamos olvidado esa terrible experiencia...

Llegué a casa y dejé las bolsas en el sillón del salón. Al parecer, Gray no había llegado del trabajo. Retomó su antiguo trabajo de detective, y gracias a él pudimos comprarnos esta casa. Me relajé en el sofá y encendí el televisor. Las noticias. Gray llegó poco después.

-Hola Lisa, ¿qué tal el día?
-Bien, he comprado un montón de ropa y comida para la cena. Dentro de un poco me ayudas a prepararla, ¿entendido?
-Sí, por supuesto.

Dejó su chaqueta de cuero en el perchero y se relajó junto a mí.

*****

Eran las doce de la noche, domingo, y Gray ya estaba acostado. Como no tenía sueño, decidí ver Cuarto Milenio, un programa donde comentaban sucesos de lo más inverosímiles. Algunos me hacían recordar...

-Nuestros reporteros viajaron hasta los restos de la ciudad de Salitrea, arrasada por una fuerza todavía desconocida. Al parecer, los vecinos advertían a las televisiones locales de que merodeaban fantasmas por la zona.

No podía ser. Acerqué el televisor.

-Absténganse los asustadizos.

Se sucedieron una serie de imágenes en las que aparecían siluetas de monstruos (algunos conocidos). Empecé a temblar. La última foto apareció la cara de una mujer... Congelé la imagen inmediatamente. ¡Claudia! ¡Sigue viva!
Apagué el televisor y miré a mis lados, temiendo que saliese algo de la oscuridad. Entré en la habitación de Gray y le desperté. Asustada, le conté todo lo que había visto en Cuarto Milenio.

-M... En realidad tiene sentido. Si el poder de Samael ha crecido, podría influir en esta dimensión, como demostró al engullir Salitrea.

Se quedó pensativo, bajo mi atenta mirada.

-Mañana partiré hacia Salitrea... Por favor, no intentes seguirme.
-No Gray, tú solo no...
-Lisa, sabes perfectamente que eres más asustadiza que yo, manejo mejor mi pistola y soy mayor que tú... Además, no quiero arriesgar tu vida, por favor.
-Vale... Pero no te arriesgues. Al mínimo signo de peligro, vuelves inmediatamente.

Los dos nos fundimos en un abrazo.

-¿Puedo dormir hoy contigo? -pregunté.
-Sí, lo entiendo.

Gray me hizo un hueco y me acosté junto a él. Cualquiera hubiese creído que estábamos enamorados, pero en realidad nuestra relación era más parecida a la de un padre protector y una hija temerosa. Los dos nos teníamos cariño mutuo, familiar. Ya relajada, conseguí coinciliar el sueño.

*****

Al despertarme, Gray se había marchado. Me maldije a mí misma por no estar más atenta y leí la nota que me había dejado.

"Querida Lisa: Quiero que comprendas que me he ido sin despedirme porque si no, no tendría el valor para marcharme. Ante todo no me sigas. No tardaré mucho.
Con cariño,
Gray"

Desayuné, me vestí y me dispuse a salir pero me llevé la peor sopresa de toda mi vida. La puerta estaba ensangrentada, la madera carcomida y la mirilla rota. Imposible. Temblorosa, cogí el pomo y abrí la puerta. En vez de la luz normal de la mañana, el cielo estaba cubierto por una negrura impenetrable. Ante mí se hallaba unas paredes blancas que llevaban a una casa en obras.
Cerré la puerta de golpe y me recosté. Esto era un sueño, Salitrea no puede haber venido a por mí. ¿Por qué ahora, cuando me ha abandonado Gray? Comencé a lloriquear escandalosamente.
Al calmarme, me limpié la cara y pensé: Tenía que luchar de nuevo, por mi libertad, por Gray y por mi salvación. Él tenía guardado en su armario un par de armas. Al abrirlo, encontré dos pistolas, una mágnum y una escopeta, con muchas balas. Menudo arsenal. Me equipé con todo; las pistolas enfundadas en mi cadera, la mágnum junto a ellas y la escopeta amarrada a mi espalda. Pesaban, pero mejor ir bien segura. Cogí una linterna y la metí en el bolsillo de mi camiseta, dejando las manos libres. Me puse delante de la puerta y respiré profundamente. Salí de la casa.

domingo, 20 de enero de 2008

¡Otra vez! (Por Pablo y Esthercita)

Pablo y Esthercita presentan, ¡por fin!, su obra maestra, pergreñada a través de conciliábulos secretos que iniciaron en BV y siguieron en LE. Asustados, imaginando que la imposibilidad de llevar adelante la idea de un cuento conjunto era la maldición que los condenaba, a ellos y a tantos otros, al derrumbe foral, pusieron manos a la obra y en algunos días de messenger (bastante diferente a otros ya publicados, se advierte) escribieron lo que sigue. Nos apresuramos a publicarlo, ante la terrorífica idea de que, si no lo hiciéramos, la maldición podría también afectar a Prosófagos ...

¡Otra vez!

A Pepsi, por dedicarnos dos cuentos preciosos y a la que le debía un cuento resucitante, aquí lo tienes.

El cansancio vencía a Esthercita, pero aún así decidió comentar “Las crónicas de Salitrea” antes de apagar el ordenador. Bostezó, se acomodó en la silla y empezó a leer. De pronto, del monitor surgió una niebla tan densa que cubrió la habitación y le impidió ver lo que ocurría su alrededor. Al dispersarse, ya no estaba en su cuarto. Había entrado en Salitrea, exactamente en un parque de atracciones.

-¡Increíble! ¡Otra vez he caído adentro de un foro! ¿Pero qué pasa? ¿Me he olvidado de revisar la letra chica cuando me registro? ¡Hay que ver! ¡Ya no se puede leer tranquila! - gritó Esthercita -. Es inútil, ¡todos estos foros son iguales! Están llenos de defectos, de grietas, te descuidas, tropiezas, y ¡bum! dentro de un cuento.

Esthercita estaba verdaderamente fastidiada. A la mañana siguiente debía levantarse temprano, y aquí estaba, de paseo en una... pero, ¿una qué? Miró a su alrededor. Viejos juegos de parque de atracciones,....tiovivos,....hamacas,....y unas sombras moviéndose aquí, allá. El susurro del viento entre los raquíticos árboles se intensificó, convirtiéndose en un gemido. Miró hacia arriba: el cielo oscuro, de una oscuridad extraña que no había visto nunca. Una voz se escuchó a lo lejos:

-¡Esthercita! ¿Qué haces en mis crónicas?

Era Pablo.

-Pues me tragó el ordenador, para variar.
-Tranquila, te alcanzo una cuerda.

Una soga serpenteó a los pies de Esthercita. Se aseguró de su firmeza y comenzó a subir. Pero la cuerda se aflojó y Esthercita cayó al suelo... y sobre ella Pablo.

-¡Otra vez! ¡No, no y no! Pablo, ¡estoy harta!... harta de que me sucedan este tipo de aventuras, y que después me arrojen cosas y personas encima - se enfureció Esthercita-. ¿No podrías tener un poquito más de cuidado? ¿Y ahora? ¿Cómo salimos de aquí?
-No sé, la verdad no sé. Pero más vale que sea rápido porque esto... esto... ¿sabes dónde estamos?- dijo Pablo
-La verdad, no. En un parque de atracciones, en Salitrea, creo. Pero no sé qué es eso.
-¡Ah! Pues es una ciudad maldita, sometida al yugo del dios oscuro Samael. Aquí ocurren cosas terroríficas.
-Pablo miró a su alrededor: estaba dentro de su cuento, ¡y se sentía orgulloso de cómo había tomado forma!
-¡Nooo! ¡Por favor! ¿Por qué no me caí en el patio de Sandy? ¡Qué mala suerte que tengo, por Dios!

En ese momento, los dos protagonistas oyeron un grito que les heló la sangre. Encima de la noria se balanceaban dos niños. Su piel era negra y los ojos de un amarillo apagado. Sus brazos colgaban flácidamente, y al reírse su boca se abría de una forma grotesca.
Dos monstruos, parecidos a los niños pero de mayor estatura, se acercaron a Pablo y Esthercita. ¿Serían los padres? No parecían amigables, y una baba sanguinolenta les colgaba por el mentón, como si estuvieran pensando en comerse a los dos pobres foreros. Pablo y Esthercita sintieron que se les helaban las tripas.
Pero en ese momento, el más grande tropezó con una baldosa rota y cayó cuan largo era al suelo; quedó tendido allí, con un ataque de hipo. Sí, hipo. ¡Hip! ¡Hiip! !Hiip! ¿Cómo mantenerse aterrorizado por un monstruo con un violento hipo? Los dos aventureros no pudieron contener la risa, pero salieron corriendo, viendo la oportunidad.
Los dos monstruos los persiguieron, y a la persecución se fueron uniendo más y más bestias. Pero Esther y Pablo eran más veloces, y los dejaron atrás bastante antes de llegar a un Centro Comercial, donde creyeron encontrar refugio.
El Centro estaba abarrotado de monstruos y monstruitos que entraban y salían de las múltiples tiendas. En la parte central, un gran cartel anunciaba:

“Rebajamos las rebajas”

Los monstruos parecían desesperados por conseguir llevarse el mayor número de prendas posibles. Se chocaban entre ellos, se tiraban zarpazos y patadones para ubicarse lo más cerca posible de los vendedores, otros intentaban vestirse con las ropas en liquidación. Un espectáculo: pretendían meter sus brazos y piernas purulentas en delicados sacos y pantalones, o encasquetarse sombreros con estrafalarias copas de pájaros y frutas sobre sus espantosas cabezas deformes. Esthercita y Pablo no pudieron contener las risas ante tanto grotesco. Todos se volvieron a mirarlos ¡y a perseguirlos!
La pareja salió del establecimiento a toda prisa y malo hubiera sido su destino, si al cruzar una vía de ferrocarril sus perseguidores no hubieran sido embestidos por un tren a toda velocidad. El tren descarriló y cayó fuera de la vía, aplastando a algunos monstruos bajo su peso. Los escasos que quedaron vivos y en pie huyeron despavoridos. Al dispersarse el polvo, Pablo y Esthercita se acercaron al tren. Dos personas se hallaban tumbadas en el suelo, malheridas.

-¡Lisa! ¡Gray! -exclamó Pablo.

Pablo conocía a Lisa y a Gray; después de todo, habían surgido de su imaginación. Se alegró de verlos; no todos los días un autor se encuentra frente a frente con sus héroes, aún malheridos como estaban... Pero Lisa apenas logró sonreír, con una sonrisa dulce; luego, un vómito de sangre le llenó la boca. Pablo, desesperado -quizás el autor se había enamorado de la protagonista- quiso levantarla del suelo, limpiar la sangre con su camisa, pero ella no reaccionó. Lentamente, se aflojó en sus brazos, la cabeza colgando. Estaba muerta. Pablo gritó ¡Nooooooo! y la abrazó, desesperado. Esthercita, conmovida por la escena, lloró.

-¡No, Pablo, no! No te pongas así... ¡acuérdate que ni Lisa ni yo podemos morir en Salitrea! La encontrarás de nuevo, en algún lugar de esta ciudad maldita. -dijo Gray.

Pablo reconoció esta verdad; dejó el cadáver de Lisa en el suelo, y se incorporó, más tranquilo. Gray miró a su compañera con una pena infinita, pero no derramó ninguna lágrima. Comenzó a hablar:

-Lisa y yo estamos cansados de ser detectives, pero sin nosotros Salitrea sería una pesadilla aún peor. Nadie velaría por la seguridad de los ciudadanos... Por otra parte... ¿Vosotros nos ayudaríais? ¿Os convertiríais en detectives malditos?
-Sí, lo que haga falta, Gray... - dijo Pablo, todavía afectado por la muerte de Lisa.
-Pero, Pablo, hay que buscar una manera de salir de aquí... - sugirió Esther, secándose las lágrimas.
-La buscaremos Esther, pero si aceptamos, haremos un gran favor a los habitantes de Salitrea... de mi cuento...
-Vale, vale, ¿qué tenemos que hacer? -dijo Esther, dirigiéndose a Gray.
-Nuestras oficinas se encuentran en el centro de la ciudad... Si seguís las indicaciones, llegaréis fácilmente. Hay una mujer, Claudia. Élla os indicará en qué consiste vuestro trabajo. Y algo más. Llevamos persiguiendo a un asesino desde hace un año. Va por toda Salitrea, matando a los escritores atrapados en la ciudad. Tenéis que encontrarle.... y matarle.
-¿Qué asesino? ¡Si no imaginé ninguno! – contestó Pablo, confuso.
-No sé, pero anda por aquí; es un hombre, quiero decir, parece un hombre normal y corriente.
-Bueno, bueno - dijo Esthercita -Si queremos hacer algo, más vale que nos pongamos en camino cuanto antes. ¿Dónde queda esa oficina?

Gray hizo un gesto de dolor al incorporarse, y señaló la dirección con una mano.

-Deberán ir solos; no puedo caminar; tendré que quedarme aquí, creo -dijo.

Dos semanas más tarde…

Pablo dice:
Qué bien que encontramos estos móviles de nueva generación, con messenger y todo.

Esther dice: Ya lo creo, es mejor trabajar separados... ¿Qué haces?

Pablo dice: Pues tomándome un batido de chocolate. Hay un monstruo delante de mí que va más lento que una tortuga, así que nada de que preocuparse... ¿Y tú?

Esther dice: Estoy un poquito ocupada. Unos perros asesinos me están dando bastante trabajo...

Pablo dice: Vaya...



Pablo dice: ¿Esther?



Pablo dice: ¿Pero qué…? ¡Muere!



Esther dice: Lo siento, me habían matado. ¿Que decías?



Esther dice: ¿Pablo?



Pablo dice: Lo siento, el monstruo me cogió por sorpresa.

Cam dice: ¡Hey! ¿Hay alguien conectado por ahí?

El mensaje ingresó en ambos celulares, y tanto a Pablo como a Esthercita les causó asombro: no sabían que existiera en toda Salitrea otras personas que utilizaran móviles.

Pablo dice: Sí, sí... ¿Quién eres...?

Cam dice: Ñam, me llamo ñam, ¿quién eres tú?

Pablo dice: ¿Ñam? ¿Ñamñam? ¡Soy Pablo!

Esther dice: ¡Soy Esthercita! Estamos acá en Salitrea, ¿dónde estás vos?

Cam dice: ¡Chicos, qué alegría encontrarlos! Me estoy volviendo loca, no sé qué hacer, estoy en...

El mensaje quedó inconcluso. Los detectives insistieron una y otra vez, pero nadie más, aparte de ellos, parecía estar en la línea. El asombro y la preocupación les duró poco; un jabalí apareció amenazando a Pablo, y tres niñas armadas con largas espadas intentaron cercar a Esthercita. Ñam, no regresó. Pero dos horas después, otro mensaje ingresó a sus pantallas:

Ful dice: -Por favor, ayúdenme, quien sea que esté allí, ¡ayúdenme! ¡Estoy en peligro!

Pablo dice: Sí, sí, te escuchamos, aquí Pablo y Esthercita, los detectives de Salitrea... ¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿Cuál es el peligro?

Ful dice: -¿Pablo? ¿Esthercita? ¡Soy Blanca! Estoy en un lugar que no conozco, en una cueva. ¡Los lobos me persiguen! ¿Pueden ayudarme?

Ful dice: - !Ayyyy! !No! !No! !Por favor...¡No!

Y luego, el vacío en la pantalla. Se inquietaron; ya eran dos personas las que habían desaparecido o muerto. ¿Qué estaba pasando?

Opi dice: -¿Hay alguien? ¿Hola? ¡Socorro! ¡Por favor, auxilio!

Pablo dice: ¿Dónde estás? ¡Quién eres, por Dios, quién eres!

Opi dice: -Soy Laocoonte, estoy atrapado en un edificio llamado prosófagos. ¡Daos prisa!

Esther dice: Sé donde está, Pablo, apúrate, nos reunimos en las oficinas.

Pablo dice: OK



Opi dice: -¡No puede ser! ¡Hijo de la gran...!

*****

El exterior estaba cubierto por ventanas azuladas, que le daban un aspecto reluciente al edificio. Dos filas de columnas semiderruidas llevaban a la entrada: dos puertas gigantes de madera de roble. Los protagonistas estaban sobrecogidos.

-Aquí es... -dijo Esthercita.

Pablo miró hacia arriba y soltó un bufido.

-Espero que no tengamos que subir todo esto.
-Y que Laocoonte esté bien -dijo Esthercita, preocupada.

Desenfundaron las pistolas e ingresaron en Prosófagos.
En el interior, las sombras envolvían sillones y mesas. Una gruesa alfombra de color verde oliva se extendía de punta a punta en el inmenso recinto. Los anaqueles cubrían las paredes, y en ellos, miles de libros, ciegos, silenciosos. Todo estaba desierto; no parecía existir rastro alguno de Laocoonte o de otra persona.
Avanzaron con precaución por el pasillo central. Después de recorrer un largo trecho, hallaron una computadora, con el MSN abierto todavía, y la conversación que habían sostenido, en la pantalla. ¿Qué había sucedido?
Cada vez más confusos, recorrieron la estancia hasta llegar a una puerta entornada, por la cual ingresaba una rara luz. La abrieron ¡y allí, delante de sus ojos, se extendía un bosque, entre las paredes de otro cuarto! Árboles, arbustos, musgos....el reflejo de la luz del sol... ¡dentro de una habitación!
Esthercita empezó a temblar inconteniblemente. Recuerdos vagos de un bate de béisbol le vinieron a la mente. Y unos ojos azules, penetrantes... Al fin, recordó: ella había muerto en ese bosque, atacada por el extraño asesino que buscaban. Rápidamente, lo puso al tanto a Pablo; él se dio cuenta qué ocurría: al ingresar a Prosófagos, habían ingresado a "Miedo en el foro". ¡De allí venía el asesino! Seguramente pasaba a Salitrea a través de la biblioteca de Prosófagos. ¡por eso los detectives malditos no consiguieron atraparlo!

-Esthercita, tenemos que enfrentarnos a nuestros peores miedos.
-Sí, tienes razón.

Un escalofrío les recorrió la espalda.

-Vamos –dijo Pablo.

Los dos se internaron en la espesura del bosque. A medida que avanzaban, la bruma se hacia más espesa, los árboles más altos... y un frío penetrante les calaba los huesos. Caminaron hasta llegar a un claro donde una luz extraña iluminaba un cuerpo.

-¡Laocoonte! -gritaron Pablo y Esthercita.

Al acercarse, varios perros surgieron de los árboles. Parecían salidos de una tumba; sus cuerpos estaban llenos de sangre, los huesos se veían a simple vista y los ojos emitían un brillo rojizo. Espalda contra espalda, Pablo y Esthercita dispararon a los perros que les atacaban; cuando terminaron con ellos, se dieron cuenta que el cuerpo de Laocoonte ya no estaba. El rastro en el suelo les indicó que había sido arrastrado; siguieron las marcas hasta llegar a unas escaleras que descendían.

-Tenemos que ir a salvar a Laocoonte… -dijo Esthercita.
-Si es que está vivo. -agregó Pablo.

Descendieron. A sus costados, las paredes se hicieron cada vez más visibles: paredes húmedas, de piedra oscura. Al fin, llegaron a una vetusta estación de metro, tan vieja y sucia que debería estar abandonada. Allí los esperaba un gusano, tan terrorífico que llegó a asustarlos, a ellos, ¡detectives curtidos en los terrores de Salitrea! Sin embargo, le hicieron frente. Con la práctica de tantas batallas codo a codo, no necesitaron acordar la estrategia; rodearon al gusano y lo mataron con eficiencia y estilo. Quedó tendido en las vías del metro, deshaciéndose en un charco fétido.
Pablo, rápidamente, recorrió la estación; sabía qué buscaba, mejor dicho a quién: Fulgencio. Lo encontró, inconsciente pero vivo, recostado contra una boletería cochambrosa. Cuando Fulgencio recobró el conocimiento, le explicaron que estaba a salvo, por lo menos del gusano que -en el cuento- lo mataría. Y que era necesario abandonar esa estación; todavía debían localizar a Laocoonte.

-Tenemos que avanzar -dijo Pablo. -Estoy seguro de que pronto hallaremos las respuestas a esta pesadilla.

Los tres continuaron por la estación hasta llegar a unas escaleras ascendentes, que los llevaron a una avenida llena de edificios de colores sombríos. Pablo recordaba bastante bien lo que pasaba aquí.

-¡Oh! ¡Nooo! ¡Le debía a Pepsi un cuento resucitante!

Pablo salió corriendo por la avenida, pistola en mano, seguido por sus compañeros. Entonces, un disparo resonó en la calle. Al llegar, Esthercita y Fulgencio vieron al asesino retorciéndose de dolor. Una mujer se hallaba inconsciente en el suelo y Pablo la sujetaba en brazos. Su pistola despedía humo. Esthercita se acercó al asesino y le propinó una patada en la cara.

-¿Quién eres? –preguntó despectivamente.

El asesino escupió sangre en el suelo y levantó la mirada. Todos se quedaron helados, inmóviles. El reconocimiento los invadió de golpe: ¡sabían quién era el asesino! No importaba el color de ojos, ni del cabello; era indistinto que fuera alto o no. El asesino era el administrador.
Atemporal, cambiante, ¡pero siempre el mismo…! ¡El administrador! No vacilaron ni siquiera un segundo; todos, al unísono (Pepsi estaba ya despierta), descargaron sus armas sobre él. Como la maldición de Salitrea podía ser efectiva allí, para evitar que reviviera lo trozaron en pequeños pedazos, con un machete; luego, revisando en los edificios abandonados, encontraron en la cocina de un hotel una máquina de picar carne. Pepsi lució sus conocimientos culinarios, y picó el cadáver. Colocaron los restos en una bolsa y arrastrándola, buscaron la salida. La suerte los acompañó, ¡por fin!
En un callejón encontraron un hombre muy raro, con capa y agudos colmillos; se presentó como ¿Van Helsing?, y tenía para ellos una excelente noticia: él conocía una ruta de escape de esos lugares. Pepsi confirmó que decía la verdad; de hecho, ella lo conocía, aunque no quiso explicar de dónde. Se subieron a su carromato, y a poco de andar encontraron una pared gelatinosa, informe, de un sucio color marrón claro. La atravesaron con repugnancia, y del otro lado, ¡qué increíble! El sol inundaba un paisaje de maravilla: el mar, la playa, las montañas a lo lejos... Un paraíso. Pablo gritó:

-¡Es mi isla, es mi isla! ¡Estamos en Gran Canaria!

Habían logrado escapar de Salitrea, de Miedo en el foro, de Prosófagos....por fin eran libres de las pesadillas, de la oscuridad, de la muerte, del horror.

*****

A la mañana siguiente, el sol iluminó la playa donde Esthercita, Pablo, Fulgencio y Pepsi nadaban tranquilamente. Tras las experiencias vividas, los cuatro se habían hecho muy amigos. Al rato, se secaron y tumbaron en la arena.

-¡Qué bien sienta el sol en Las Canteras! -exclamó Pablo -¿A que es lo más bello que habéis visto en vuestras vidas?
-Sí, es precioso -dijo Pepsi, alegre.

Esthercita se quitó sus gafas de sol y miró a Pablo.

-Hay una cosa que nos falta por hacer… ¿Qué pasa con toda la gente atrapada en Salitrea?
-Tranquila, podemos volver a Salitrea y rescatarlos, pero eso cuando tengamos tiempo... Además, Ñam, Blanca y Laocoonte habrán revivido ya.
-¡Sí, ahora hay que disfrutar! -dijo Fulgencio.

Esther volvió a ponerse las gafas y a tumbarse.

-Sí, hay que disfrutar.

THE END

PD: Los atrapados, eventualmente, lograron salir del encierro de Salitrea. Ahora todos ellos han montado una gran fiesta en el Club Náutico. (bueno… ¿por qué no? Jajaja)

martes, 15 de enero de 2008

Mentiras

Atado en cada miembro por mis cadenas de miedo,
sellado con mentiras a través de tantas lágrimas,
perdido desde dentro, persiguiendo el final.
Lucho por la oportunidad de ser mentido otra vez.

Nunca serás bastante fuerte,
nunca serás bastante buena,
nunca fuiste concebida en amor,
no te sobrepondrás.

Nunca verán... lo que nunca fui,
lucharé sin parar para aplacar este hambre
que arde dentro de mí.

Pero a través de mis lágrimas,
rompe una luz cegadora,
nace un amanecer para esta noche infinita,
brazos extendidos, aguardándome,
un abrazo abierto sobre un árbol sangrante.

Descansa en mí y te consolaré,
he vivido y muerto por ti,
sopórtame y te prometo que
nunca te abandonaré.

sábado, 12 de enero de 2008

Mi inmortal

Estoy tan cansado de estar aquí,
reprimido por todos mi miedos infantiles,
y, si te tienes que ir,
desearía que solo te fueras
porque tu presencia todavía perdura aquí...
Y no me dejará solo.

Estas heridas no parecen sanar,
este dolor es simplemente demasiado real,
hay demasiado que el tiempo no puede borrar.

Tú solías fascinarme
por tu luz resonante,
ahora estoy limitado por la vida que dejaste atrás;
tu rostro ronda por mis, alguna vez, agradables sueños,
tu voz ahuyentó toda la cordura en mí.

He intentado tan duro decirme a mi mismo
te has ido,
y aunque todavía estás conmigo,
he estado solo desde el principio.

Cuando tu llorabas
yo secaba tus lágrimas,
cuando gritabas
yo luchaba contra todos tus miedos,
tomé tu mano,
a través de todos estos años,
pero tu tienes todavía todo de mí.

jueves, 10 de enero de 2008

Mil palabras

Sé que me ocultas cosas,
usando palabras gentiles para abrigarme,
tus palabras eran un sueño...
Pero los sueños nunca me engañaban,
no es fácil.

Actué de un modo distante,
no te dije adiós antes de que te fueras,
pero te estuve escuchando.
Tú luchaste en muchas batallas,
lejos de mí,
fue más fácil así.

"Cuídate porque volveré" Pude oír que susurraste,
mientras cruzabas el umbral.
Pero aún me sigo elevando,
para poder ocultar el dolor cuando retroceda las páginas,
aquel grito pudo ser la respuesta.
¿Y qué mas da si grité mientras mis ojos lloraban
pidiéndo que no te fueras?
Pero ahora no estoy asustado porque te tengo en mi corazón.

Mil palabras son,
las que pronuncié durante años.
Siempre volarán contigo,
aún cuando no te pueda ver.
Ellas te alcanzarán,
suspendidas en alas de plata.
Mil palabras,
mil abrazos,
te acunarán y estarán contigo,
ellas llegarán lejos...
y te abrazarán siempre.