miércoles, 23 de enero de 2008

Las memorias de Salitrea I: Vuelve la pesadilla

Caminaba lentamente por la larga avenida abarrotada de gente. Acababa de terminar la compra y estaba volviendo a mi casa. Había cambiado de look, y me sentía orgullosa; el pelo me caía sedoso por la espalda y despejaba mi frente. Gracias al milagroso sol de Phoenix, mi piel había adquirido un tono dorado. Mis gustos por la ropa habían cambiado también, aunque fuese solo un poco. Llevaba una camiseta roja con escote y unos vaqueros cortos. Los tacones rojos, reciénmente comprados, sonaban por la avenida, atrayendo la mirada de los hombres más cercanos. Sí, todo había vuelto a la normalidad.

Habían pasado ya siete años. Al principio, Gray y yo no sabíamos muy bien qué hacer. Por nuestra culpa, todos los habitantes de Salitrea habían sido condenados al infierno eterno de Samael. Nos habíamos quedado de piedra y no supimos como sentirnos, y cuando descubrimos que Claudia y Jameson tampoco se habían salvado, estuvimos a punto de suicidarnos. Lo primero que hicimos fue alejarnos de la ciudad y alquilar un piso con el dinero que conseguimos, gracias al trabajo de Gray. Con el paso de los años, logramos encontrar un lugar cómodo donde vivimos los dos. Ya casi habíamos olvidado esa terrible experiencia...

Llegué a casa y dejé las bolsas en el sillón del salón. Al parecer, Gray no había llegado del trabajo. Retomó su antiguo trabajo de detective, y gracias a él pudimos comprarnos esta casa. Me relajé en el sofá y encendí el televisor. Las noticias. Gray llegó poco después.

-Hola Lisa, ¿qué tal el día?
-Bien, he comprado un montón de ropa y comida para la cena. Dentro de un poco me ayudas a prepararla, ¿entendido?
-Sí, por supuesto.

Dejó su chaqueta de cuero en el perchero y se relajó junto a mí.

*****

Eran las doce de la noche, domingo, y Gray ya estaba acostado. Como no tenía sueño, decidí ver Cuarto Milenio, un programa donde comentaban sucesos de lo más inverosímiles. Algunos me hacían recordar...

-Nuestros reporteros viajaron hasta los restos de la ciudad de Salitrea, arrasada por una fuerza todavía desconocida. Al parecer, los vecinos advertían a las televisiones locales de que merodeaban fantasmas por la zona.

No podía ser. Acerqué el televisor.

-Absténganse los asustadizos.

Se sucedieron una serie de imágenes en las que aparecían siluetas de monstruos (algunos conocidos). Empecé a temblar. La última foto apareció la cara de una mujer... Congelé la imagen inmediatamente. ¡Claudia! ¡Sigue viva!
Apagué el televisor y miré a mis lados, temiendo que saliese algo de la oscuridad. Entré en la habitación de Gray y le desperté. Asustada, le conté todo lo que había visto en Cuarto Milenio.

-M... En realidad tiene sentido. Si el poder de Samael ha crecido, podría influir en esta dimensión, como demostró al engullir Salitrea.

Se quedó pensativo, bajo mi atenta mirada.

-Mañana partiré hacia Salitrea... Por favor, no intentes seguirme.
-No Gray, tú solo no...
-Lisa, sabes perfectamente que eres más asustadiza que yo, manejo mejor mi pistola y soy mayor que tú... Además, no quiero arriesgar tu vida, por favor.
-Vale... Pero no te arriesgues. Al mínimo signo de peligro, vuelves inmediatamente.

Los dos nos fundimos en un abrazo.

-¿Puedo dormir hoy contigo? -pregunté.
-Sí, lo entiendo.

Gray me hizo un hueco y me acosté junto a él. Cualquiera hubiese creído que estábamos enamorados, pero en realidad nuestra relación era más parecida a la de un padre protector y una hija temerosa. Los dos nos teníamos cariño mutuo, familiar. Ya relajada, conseguí coinciliar el sueño.

*****

Al despertarme, Gray se había marchado. Me maldije a mí misma por no estar más atenta y leí la nota que me había dejado.

"Querida Lisa: Quiero que comprendas que me he ido sin despedirme porque si no, no tendría el valor para marcharme. Ante todo no me sigas. No tardaré mucho.
Con cariño,
Gray"

Desayuné, me vestí y me dispuse a salir pero me llevé la peor sopresa de toda mi vida. La puerta estaba ensangrentada, la madera carcomida y la mirilla rota. Imposible. Temblorosa, cogí el pomo y abrí la puerta. En vez de la luz normal de la mañana, el cielo estaba cubierto por una negrura impenetrable. Ante mí se hallaba unas paredes blancas que llevaban a una casa en obras.
Cerré la puerta de golpe y me recosté. Esto era un sueño, Salitrea no puede haber venido a por mí. ¿Por qué ahora, cuando me ha abandonado Gray? Comencé a lloriquear escandalosamente.
Al calmarme, me limpié la cara y pensé: Tenía que luchar de nuevo, por mi libertad, por Gray y por mi salvación. Él tenía guardado en su armario un par de armas. Al abrirlo, encontré dos pistolas, una mágnum y una escopeta, con muchas balas. Menudo arsenal. Me equipé con todo; las pistolas enfundadas en mi cadera, la mágnum junto a ellas y la escopeta amarrada a mi espalda. Pesaban, pero mejor ir bien segura. Cogí una linterna y la metí en el bolsillo de mi camiseta, dejando las manos libres. Me puse delante de la puerta y respiré profundamente. Salí de la casa.

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