domingo, 20 de enero de 2008

¡Otra vez! (Por Pablo y Esthercita)

Pablo y Esthercita presentan, ¡por fin!, su obra maestra, pergreñada a través de conciliábulos secretos que iniciaron en BV y siguieron en LE. Asustados, imaginando que la imposibilidad de llevar adelante la idea de un cuento conjunto era la maldición que los condenaba, a ellos y a tantos otros, al derrumbe foral, pusieron manos a la obra y en algunos días de messenger (bastante diferente a otros ya publicados, se advierte) escribieron lo que sigue. Nos apresuramos a publicarlo, ante la terrorífica idea de que, si no lo hiciéramos, la maldición podría también afectar a Prosófagos ...

¡Otra vez!

A Pepsi, por dedicarnos dos cuentos preciosos y a la que le debía un cuento resucitante, aquí lo tienes.

El cansancio vencía a Esthercita, pero aún así decidió comentar “Las crónicas de Salitrea” antes de apagar el ordenador. Bostezó, se acomodó en la silla y empezó a leer. De pronto, del monitor surgió una niebla tan densa que cubrió la habitación y le impidió ver lo que ocurría su alrededor. Al dispersarse, ya no estaba en su cuarto. Había entrado en Salitrea, exactamente en un parque de atracciones.

-¡Increíble! ¡Otra vez he caído adentro de un foro! ¿Pero qué pasa? ¿Me he olvidado de revisar la letra chica cuando me registro? ¡Hay que ver! ¡Ya no se puede leer tranquila! - gritó Esthercita -. Es inútil, ¡todos estos foros son iguales! Están llenos de defectos, de grietas, te descuidas, tropiezas, y ¡bum! dentro de un cuento.

Esthercita estaba verdaderamente fastidiada. A la mañana siguiente debía levantarse temprano, y aquí estaba, de paseo en una... pero, ¿una qué? Miró a su alrededor. Viejos juegos de parque de atracciones,....tiovivos,....hamacas,....y unas sombras moviéndose aquí, allá. El susurro del viento entre los raquíticos árboles se intensificó, convirtiéndose en un gemido. Miró hacia arriba: el cielo oscuro, de una oscuridad extraña que no había visto nunca. Una voz se escuchó a lo lejos:

-¡Esthercita! ¿Qué haces en mis crónicas?

Era Pablo.

-Pues me tragó el ordenador, para variar.
-Tranquila, te alcanzo una cuerda.

Una soga serpenteó a los pies de Esthercita. Se aseguró de su firmeza y comenzó a subir. Pero la cuerda se aflojó y Esthercita cayó al suelo... y sobre ella Pablo.

-¡Otra vez! ¡No, no y no! Pablo, ¡estoy harta!... harta de que me sucedan este tipo de aventuras, y que después me arrojen cosas y personas encima - se enfureció Esthercita-. ¿No podrías tener un poquito más de cuidado? ¿Y ahora? ¿Cómo salimos de aquí?
-No sé, la verdad no sé. Pero más vale que sea rápido porque esto... esto... ¿sabes dónde estamos?- dijo Pablo
-La verdad, no. En un parque de atracciones, en Salitrea, creo. Pero no sé qué es eso.
-¡Ah! Pues es una ciudad maldita, sometida al yugo del dios oscuro Samael. Aquí ocurren cosas terroríficas.
-Pablo miró a su alrededor: estaba dentro de su cuento, ¡y se sentía orgulloso de cómo había tomado forma!
-¡Nooo! ¡Por favor! ¿Por qué no me caí en el patio de Sandy? ¡Qué mala suerte que tengo, por Dios!

En ese momento, los dos protagonistas oyeron un grito que les heló la sangre. Encima de la noria se balanceaban dos niños. Su piel era negra y los ojos de un amarillo apagado. Sus brazos colgaban flácidamente, y al reírse su boca se abría de una forma grotesca.
Dos monstruos, parecidos a los niños pero de mayor estatura, se acercaron a Pablo y Esthercita. ¿Serían los padres? No parecían amigables, y una baba sanguinolenta les colgaba por el mentón, como si estuvieran pensando en comerse a los dos pobres foreros. Pablo y Esthercita sintieron que se les helaban las tripas.
Pero en ese momento, el más grande tropezó con una baldosa rota y cayó cuan largo era al suelo; quedó tendido allí, con un ataque de hipo. Sí, hipo. ¡Hip! ¡Hiip! !Hiip! ¿Cómo mantenerse aterrorizado por un monstruo con un violento hipo? Los dos aventureros no pudieron contener la risa, pero salieron corriendo, viendo la oportunidad.
Los dos monstruos los persiguieron, y a la persecución se fueron uniendo más y más bestias. Pero Esther y Pablo eran más veloces, y los dejaron atrás bastante antes de llegar a un Centro Comercial, donde creyeron encontrar refugio.
El Centro estaba abarrotado de monstruos y monstruitos que entraban y salían de las múltiples tiendas. En la parte central, un gran cartel anunciaba:

“Rebajamos las rebajas”

Los monstruos parecían desesperados por conseguir llevarse el mayor número de prendas posibles. Se chocaban entre ellos, se tiraban zarpazos y patadones para ubicarse lo más cerca posible de los vendedores, otros intentaban vestirse con las ropas en liquidación. Un espectáculo: pretendían meter sus brazos y piernas purulentas en delicados sacos y pantalones, o encasquetarse sombreros con estrafalarias copas de pájaros y frutas sobre sus espantosas cabezas deformes. Esthercita y Pablo no pudieron contener las risas ante tanto grotesco. Todos se volvieron a mirarlos ¡y a perseguirlos!
La pareja salió del establecimiento a toda prisa y malo hubiera sido su destino, si al cruzar una vía de ferrocarril sus perseguidores no hubieran sido embestidos por un tren a toda velocidad. El tren descarriló y cayó fuera de la vía, aplastando a algunos monstruos bajo su peso. Los escasos que quedaron vivos y en pie huyeron despavoridos. Al dispersarse el polvo, Pablo y Esthercita se acercaron al tren. Dos personas se hallaban tumbadas en el suelo, malheridas.

-¡Lisa! ¡Gray! -exclamó Pablo.

Pablo conocía a Lisa y a Gray; después de todo, habían surgido de su imaginación. Se alegró de verlos; no todos los días un autor se encuentra frente a frente con sus héroes, aún malheridos como estaban... Pero Lisa apenas logró sonreír, con una sonrisa dulce; luego, un vómito de sangre le llenó la boca. Pablo, desesperado -quizás el autor se había enamorado de la protagonista- quiso levantarla del suelo, limpiar la sangre con su camisa, pero ella no reaccionó. Lentamente, se aflojó en sus brazos, la cabeza colgando. Estaba muerta. Pablo gritó ¡Nooooooo! y la abrazó, desesperado. Esthercita, conmovida por la escena, lloró.

-¡No, Pablo, no! No te pongas así... ¡acuérdate que ni Lisa ni yo podemos morir en Salitrea! La encontrarás de nuevo, en algún lugar de esta ciudad maldita. -dijo Gray.

Pablo reconoció esta verdad; dejó el cadáver de Lisa en el suelo, y se incorporó, más tranquilo. Gray miró a su compañera con una pena infinita, pero no derramó ninguna lágrima. Comenzó a hablar:

-Lisa y yo estamos cansados de ser detectives, pero sin nosotros Salitrea sería una pesadilla aún peor. Nadie velaría por la seguridad de los ciudadanos... Por otra parte... ¿Vosotros nos ayudaríais? ¿Os convertiríais en detectives malditos?
-Sí, lo que haga falta, Gray... - dijo Pablo, todavía afectado por la muerte de Lisa.
-Pero, Pablo, hay que buscar una manera de salir de aquí... - sugirió Esther, secándose las lágrimas.
-La buscaremos Esther, pero si aceptamos, haremos un gran favor a los habitantes de Salitrea... de mi cuento...
-Vale, vale, ¿qué tenemos que hacer? -dijo Esther, dirigiéndose a Gray.
-Nuestras oficinas se encuentran en el centro de la ciudad... Si seguís las indicaciones, llegaréis fácilmente. Hay una mujer, Claudia. Élla os indicará en qué consiste vuestro trabajo. Y algo más. Llevamos persiguiendo a un asesino desde hace un año. Va por toda Salitrea, matando a los escritores atrapados en la ciudad. Tenéis que encontrarle.... y matarle.
-¿Qué asesino? ¡Si no imaginé ninguno! – contestó Pablo, confuso.
-No sé, pero anda por aquí; es un hombre, quiero decir, parece un hombre normal y corriente.
-Bueno, bueno - dijo Esthercita -Si queremos hacer algo, más vale que nos pongamos en camino cuanto antes. ¿Dónde queda esa oficina?

Gray hizo un gesto de dolor al incorporarse, y señaló la dirección con una mano.

-Deberán ir solos; no puedo caminar; tendré que quedarme aquí, creo -dijo.

Dos semanas más tarde…

Pablo dice:
Qué bien que encontramos estos móviles de nueva generación, con messenger y todo.

Esther dice: Ya lo creo, es mejor trabajar separados... ¿Qué haces?

Pablo dice: Pues tomándome un batido de chocolate. Hay un monstruo delante de mí que va más lento que una tortuga, así que nada de que preocuparse... ¿Y tú?

Esther dice: Estoy un poquito ocupada. Unos perros asesinos me están dando bastante trabajo...

Pablo dice: Vaya...



Pablo dice: ¿Esther?



Pablo dice: ¿Pero qué…? ¡Muere!



Esther dice: Lo siento, me habían matado. ¿Que decías?



Esther dice: ¿Pablo?



Pablo dice: Lo siento, el monstruo me cogió por sorpresa.

Cam dice: ¡Hey! ¿Hay alguien conectado por ahí?

El mensaje ingresó en ambos celulares, y tanto a Pablo como a Esthercita les causó asombro: no sabían que existiera en toda Salitrea otras personas que utilizaran móviles.

Pablo dice: Sí, sí... ¿Quién eres...?

Cam dice: Ñam, me llamo ñam, ¿quién eres tú?

Pablo dice: ¿Ñam? ¿Ñamñam? ¡Soy Pablo!

Esther dice: ¡Soy Esthercita! Estamos acá en Salitrea, ¿dónde estás vos?

Cam dice: ¡Chicos, qué alegría encontrarlos! Me estoy volviendo loca, no sé qué hacer, estoy en...

El mensaje quedó inconcluso. Los detectives insistieron una y otra vez, pero nadie más, aparte de ellos, parecía estar en la línea. El asombro y la preocupación les duró poco; un jabalí apareció amenazando a Pablo, y tres niñas armadas con largas espadas intentaron cercar a Esthercita. Ñam, no regresó. Pero dos horas después, otro mensaje ingresó a sus pantallas:

Ful dice: -Por favor, ayúdenme, quien sea que esté allí, ¡ayúdenme! ¡Estoy en peligro!

Pablo dice: Sí, sí, te escuchamos, aquí Pablo y Esthercita, los detectives de Salitrea... ¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿Cuál es el peligro?

Ful dice: -¿Pablo? ¿Esthercita? ¡Soy Blanca! Estoy en un lugar que no conozco, en una cueva. ¡Los lobos me persiguen! ¿Pueden ayudarme?

Ful dice: - !Ayyyy! !No! !No! !Por favor...¡No!

Y luego, el vacío en la pantalla. Se inquietaron; ya eran dos personas las que habían desaparecido o muerto. ¿Qué estaba pasando?

Opi dice: -¿Hay alguien? ¿Hola? ¡Socorro! ¡Por favor, auxilio!

Pablo dice: ¿Dónde estás? ¡Quién eres, por Dios, quién eres!

Opi dice: -Soy Laocoonte, estoy atrapado en un edificio llamado prosófagos. ¡Daos prisa!

Esther dice: Sé donde está, Pablo, apúrate, nos reunimos en las oficinas.

Pablo dice: OK



Opi dice: -¡No puede ser! ¡Hijo de la gran...!

*****

El exterior estaba cubierto por ventanas azuladas, que le daban un aspecto reluciente al edificio. Dos filas de columnas semiderruidas llevaban a la entrada: dos puertas gigantes de madera de roble. Los protagonistas estaban sobrecogidos.

-Aquí es... -dijo Esthercita.

Pablo miró hacia arriba y soltó un bufido.

-Espero que no tengamos que subir todo esto.
-Y que Laocoonte esté bien -dijo Esthercita, preocupada.

Desenfundaron las pistolas e ingresaron en Prosófagos.
En el interior, las sombras envolvían sillones y mesas. Una gruesa alfombra de color verde oliva se extendía de punta a punta en el inmenso recinto. Los anaqueles cubrían las paredes, y en ellos, miles de libros, ciegos, silenciosos. Todo estaba desierto; no parecía existir rastro alguno de Laocoonte o de otra persona.
Avanzaron con precaución por el pasillo central. Después de recorrer un largo trecho, hallaron una computadora, con el MSN abierto todavía, y la conversación que habían sostenido, en la pantalla. ¿Qué había sucedido?
Cada vez más confusos, recorrieron la estancia hasta llegar a una puerta entornada, por la cual ingresaba una rara luz. La abrieron ¡y allí, delante de sus ojos, se extendía un bosque, entre las paredes de otro cuarto! Árboles, arbustos, musgos....el reflejo de la luz del sol... ¡dentro de una habitación!
Esthercita empezó a temblar inconteniblemente. Recuerdos vagos de un bate de béisbol le vinieron a la mente. Y unos ojos azules, penetrantes... Al fin, recordó: ella había muerto en ese bosque, atacada por el extraño asesino que buscaban. Rápidamente, lo puso al tanto a Pablo; él se dio cuenta qué ocurría: al ingresar a Prosófagos, habían ingresado a "Miedo en el foro". ¡De allí venía el asesino! Seguramente pasaba a Salitrea a través de la biblioteca de Prosófagos. ¡por eso los detectives malditos no consiguieron atraparlo!

-Esthercita, tenemos que enfrentarnos a nuestros peores miedos.
-Sí, tienes razón.

Un escalofrío les recorrió la espalda.

-Vamos –dijo Pablo.

Los dos se internaron en la espesura del bosque. A medida que avanzaban, la bruma se hacia más espesa, los árboles más altos... y un frío penetrante les calaba los huesos. Caminaron hasta llegar a un claro donde una luz extraña iluminaba un cuerpo.

-¡Laocoonte! -gritaron Pablo y Esthercita.

Al acercarse, varios perros surgieron de los árboles. Parecían salidos de una tumba; sus cuerpos estaban llenos de sangre, los huesos se veían a simple vista y los ojos emitían un brillo rojizo. Espalda contra espalda, Pablo y Esthercita dispararon a los perros que les atacaban; cuando terminaron con ellos, se dieron cuenta que el cuerpo de Laocoonte ya no estaba. El rastro en el suelo les indicó que había sido arrastrado; siguieron las marcas hasta llegar a unas escaleras que descendían.

-Tenemos que ir a salvar a Laocoonte… -dijo Esthercita.
-Si es que está vivo. -agregó Pablo.

Descendieron. A sus costados, las paredes se hicieron cada vez más visibles: paredes húmedas, de piedra oscura. Al fin, llegaron a una vetusta estación de metro, tan vieja y sucia que debería estar abandonada. Allí los esperaba un gusano, tan terrorífico que llegó a asustarlos, a ellos, ¡detectives curtidos en los terrores de Salitrea! Sin embargo, le hicieron frente. Con la práctica de tantas batallas codo a codo, no necesitaron acordar la estrategia; rodearon al gusano y lo mataron con eficiencia y estilo. Quedó tendido en las vías del metro, deshaciéndose en un charco fétido.
Pablo, rápidamente, recorrió la estación; sabía qué buscaba, mejor dicho a quién: Fulgencio. Lo encontró, inconsciente pero vivo, recostado contra una boletería cochambrosa. Cuando Fulgencio recobró el conocimiento, le explicaron que estaba a salvo, por lo menos del gusano que -en el cuento- lo mataría. Y que era necesario abandonar esa estación; todavía debían localizar a Laocoonte.

-Tenemos que avanzar -dijo Pablo. -Estoy seguro de que pronto hallaremos las respuestas a esta pesadilla.

Los tres continuaron por la estación hasta llegar a unas escaleras ascendentes, que los llevaron a una avenida llena de edificios de colores sombríos. Pablo recordaba bastante bien lo que pasaba aquí.

-¡Oh! ¡Nooo! ¡Le debía a Pepsi un cuento resucitante!

Pablo salió corriendo por la avenida, pistola en mano, seguido por sus compañeros. Entonces, un disparo resonó en la calle. Al llegar, Esthercita y Fulgencio vieron al asesino retorciéndose de dolor. Una mujer se hallaba inconsciente en el suelo y Pablo la sujetaba en brazos. Su pistola despedía humo. Esthercita se acercó al asesino y le propinó una patada en la cara.

-¿Quién eres? –preguntó despectivamente.

El asesino escupió sangre en el suelo y levantó la mirada. Todos se quedaron helados, inmóviles. El reconocimiento los invadió de golpe: ¡sabían quién era el asesino! No importaba el color de ojos, ni del cabello; era indistinto que fuera alto o no. El asesino era el administrador.
Atemporal, cambiante, ¡pero siempre el mismo…! ¡El administrador! No vacilaron ni siquiera un segundo; todos, al unísono (Pepsi estaba ya despierta), descargaron sus armas sobre él. Como la maldición de Salitrea podía ser efectiva allí, para evitar que reviviera lo trozaron en pequeños pedazos, con un machete; luego, revisando en los edificios abandonados, encontraron en la cocina de un hotel una máquina de picar carne. Pepsi lució sus conocimientos culinarios, y picó el cadáver. Colocaron los restos en una bolsa y arrastrándola, buscaron la salida. La suerte los acompañó, ¡por fin!
En un callejón encontraron un hombre muy raro, con capa y agudos colmillos; se presentó como ¿Van Helsing?, y tenía para ellos una excelente noticia: él conocía una ruta de escape de esos lugares. Pepsi confirmó que decía la verdad; de hecho, ella lo conocía, aunque no quiso explicar de dónde. Se subieron a su carromato, y a poco de andar encontraron una pared gelatinosa, informe, de un sucio color marrón claro. La atravesaron con repugnancia, y del otro lado, ¡qué increíble! El sol inundaba un paisaje de maravilla: el mar, la playa, las montañas a lo lejos... Un paraíso. Pablo gritó:

-¡Es mi isla, es mi isla! ¡Estamos en Gran Canaria!

Habían logrado escapar de Salitrea, de Miedo en el foro, de Prosófagos....por fin eran libres de las pesadillas, de la oscuridad, de la muerte, del horror.

*****

A la mañana siguiente, el sol iluminó la playa donde Esthercita, Pablo, Fulgencio y Pepsi nadaban tranquilamente. Tras las experiencias vividas, los cuatro se habían hecho muy amigos. Al rato, se secaron y tumbaron en la arena.

-¡Qué bien sienta el sol en Las Canteras! -exclamó Pablo -¿A que es lo más bello que habéis visto en vuestras vidas?
-Sí, es precioso -dijo Pepsi, alegre.

Esthercita se quitó sus gafas de sol y miró a Pablo.

-Hay una cosa que nos falta por hacer… ¿Qué pasa con toda la gente atrapada en Salitrea?
-Tranquila, podemos volver a Salitrea y rescatarlos, pero eso cuando tengamos tiempo... Además, Ñam, Blanca y Laocoonte habrán revivido ya.
-¡Sí, ahora hay que disfrutar! -dijo Fulgencio.

Esther volvió a ponerse las gafas y a tumbarse.

-Sí, hay que disfrutar.

THE END

PD: Los atrapados, eventualmente, lograron salir del encierro de Salitrea. Ahora todos ellos han montado una gran fiesta en el Club Náutico. (bueno… ¿por qué no? Jajaja)

2 comentarios:

Len dijo...

Felicidades a los dos, la historia es fantástica. Perdonadme por no colgar nada en prosófagos, pero estoy hasta el cuello con los estudios. Espero poder pasarme por allí en vacaciones.

Saludos

Pablo dijo...

Te entiendo, yo también he tenido épocas en que los estudios son realmente estresantes, ahora estoy teniendo suerte y estoy sin exámenes. Tranquilo, estás perdonado, espero volver a leerte lo antes posible compañero ;)