miércoles, 21 de noviembre de 2007

Crónicas de Salitrea IV: Salimos de la sartén, para caer en las llamas

Gray y yo llegamos a la conclusión de que el siguiente paso debía de ser ir al ayuntamiento. Necesitábamos buscar información en ese lugar. Salimos del bosque y nos dirigimos hacia nuestro destino cuando vi una silueta por el rabillo de mi ojo. Giré rápidamente y miré a mis lados, pero no había nadie.
-¿Qué pasa Lisa? -preguntó Gray.

-Tengo la sensación de que nos siguen...

-¿Seguro? Mantente alerta. Continuemos.

Gray siguió caminando y yo detrás de él.


Llegamos al ayuntamiento, un gran rascacielos lleno de ventanas de cristales azulados. El edificio daba sensación de ser moderno y futurista. Entramos en él y buscamos el despacho del presidente. Se encontraba en la décimocuarta planta. Comenzamos a subir las escaleras lentamente hasta llegar a una puerta donde ponía "Planta 14º". Antes de entrar, oí un ruido en el fondo del edificio. Me asomé por la barandilla; había una niña arrastrándose por las escaleras. Llevaba una manta rajada encima, muy sucia, y dejaba un rastro de sangre a su paso. Su cabeza giró hasta quedarse mirando hacia arriba, hacia mí, con unos ojos sin expresión. Grité y me acerqué a la puerta por donde había pasado Gray. Estaba cerrada.

-¡Gray, la puerta, ábrela!

-No puedo, está trabada.

Notaba que la niña se acercaba más y más.

-Volveré con algo para romperla, aguanta.

Oí como Gray se alejaba. Desenfundé la "Black Rose" y apunté a las escaleras. Inexplicablemente, oí el sonido de la niña al lado de mí. Me giré y la vi. Levanté la pistola hacia ella pero me cogió la mano y la retorció. Grité de dolor y tiré la pistola. La niña se abalanzó sobre mí y abrió la boca. No tenía mandíbula inferior, la lengua le colgaba de una forma grotesca. Grité y lloré hasta que ella entró en mi cuerpo. Perdí la consciencia.


-¡Lisa aquí estoy!

Abrí la puerta con un ariete improvisado y miré a Lisa. Estaba tumbada en el suelo, con los ojos abiertos.

-Ha muerto... ¿Dónde estará?

De golpe, se levantó y me miró detenidamente. Pegué un pequeño grito.

-¡Dios Lisa! ¡Casi me matas del susto! ¿Te encuentras bien?

-Sí claro, ¿por qué no iba a estarlo?

-Hasta hace unos segundos estabas gritando.

-Había un monstruo pero ya lo liquidé. ¿Vamos al despacho de Jeyk sí o no?

Extrañado, seguí a Lisa hasta el despacho que, no sé cómo, ella sabía donde estaba. Había un gran escritorio en medio con un montoncito de libros encima. Un par de estanterías estaban colocadas en los lados. En una de ellas se encontraba un extraño medallón piramidal.

-Busquemos por todos lados. -dijo Lisa.

Como ya era costumbre, cogimos los libros que se hallaban encima de la mesa y las estanterías y comenzamos a leerlos. Tuve suerte; lo que buscábamos lo encontré en la segunda página del primer libro que ojeé.

-Mira Lisa, lee esto.

Se lo entregué a Lisa. Según ponía en el libro, Metatron era el dios opuesto de Samael, que era un demonio. Metatron siempre llevaba un medallón en forma piramidal que le proteguía de los poderes de Samael. Con él, podía combatir a Samael sin recibir ningún daño.

-Con ese amuleto, podremos salir de Salitrea...para siempre.

-Jajajajaja.

Lisa rió grotescamente a mi lado. Yo la observé muy extrañado.

-¿Lisa?

-¿Con qué Metraton utilizaba ésto para defenderse de mi poder? -dijo.

Su voz había cambiado, ahora tenía un tono sepulcral y maligno.

-¿De qué hablas Lisa?

-Yo no soy tu amiga.

Lisa se giró y me miró. Sus ojos eran grisáceos y transmitían un profundo terror. Su piel había adoptado un tono oscuro y su pelo rubio se había vuelto canoso.
-¿Quién eres? -dije asustado. -Eso no te importa. Con esto, -dijo, cogiendo el amuleto piramidal de la libería -me aseguraré de que los mortales no salgan de mi infierno eterno. Tú no debes contárselo a nadie; tendrás que venirte conmigo.

-¡Ni hablar! Desenfundé mi pistola y apunté a la cabeza de Lisa.

-Venga hazlo, perderás lo poco que queda de tu amiga.

Tuve un segundo de vacilación, lo suficiente para que aquella mujer o lo que fuese se acercase a mi y me golpease en la cabeza, dejándome inconsciente.