viernes, 5 de octubre de 2007

Las flores de cristal


-Al fin he llegado.
Ante mí se encontraba lo que había estado buscando. Coronada por un olmo, la Montaña de Frailes se alzaba entre las demás como la señora del mundo. Unas palmeras la rodeaban y las laderas estaban cubiertas de matorrales. Un bosquecillo de cactus se encontraba casi en lo más alto de ella, y en su cima se hallaba lo que quería.
Dentro de unos días sería nuestro aniversario, así que había preguntado a mis amigos y vecinos que podría regalarle a mi esposa. Uno de ellos, Alberto Rosales, me había recomendado coger unas flores que solo crecían en la cima de la Montaña de Frailes. Metí en una mochila todo lo que necesitaba y me dirije hacia allí en coche, y ahora me encuentro delante de ella.
Comencé la ascensión. Pasé por un camino de matorrales, una zona bastante árida y crucé el bosquecillo de cactus hasta llegar a lo más alto. Me agaché y contemplé las flores. Sus pétalos eran de un azul casi tan crsitalino como el agua. Eran preciosas, justo lo que le gustaría a mi esposa. Arranqué un par de ellas y me dispuse a descender cuando un terremoto sacudió la montaña. Al cesar, me encontraba boca arriba en el suelo y con un gran dolor de cabeza. Al levantarme, vi que el cielo se había cubierto de nubes. Una bruma pesada caía sobre el lugar; tal era su espesura que si estiraba mi brazo, no lo veía. Pero lo más importante... Hacía mucho, mucho frío.
Recuperado del susto, me interné en el bosque y me pinché con una espina de cactus. Al agacharme, noté un movimiento a mi espalda. Sería un animal. Me saqué la espina y me limpié un poco la herida. Al levantarme, me di la vuelta y vi algo totalmente anormal. Una "persona" se acercaba a mí, pero no tenía ni cara ni brazos. Su piel era grisácea y un ombligo anormalmente grande se encontraba en medio de su barriga. Iba directo hacia mí. Al darme la vuelta para empezar a correr, una sustancia negra me cayó encima. Quemaba. Salí corriendo y crucé el bosquecillo haciéndome todo tipo de rasguños. Al salir a la zona árida, comencé a notarlos. Mis piernas y mis brazos estaban llenos de púas y sufría quemaduras en el cuello y en la espalda. Me saqué las púas y traté las quemaduras con agua. Al estar listo, seguí descendiendo la montaña hasta llegar al comienzo del camino de matorrales, donde otra monstruosidad me esperaba.
Un cuerpo lleno de carne y grasa sangrienta bloqueaba el camino. No se podía distinguir ningún miembro, a excepción de una boca de la que comenzaron a salir sanguijuelas, dirigidas hacia mi persona. Corrí todo lo que pude hasta encontrar otro camino para bajar. Bajé hasta encontrar mi coche. Lo encendí a toda prisa y salí de aquel lugar endemoniado.

Lo primero que hice fue acudir a un hospital, donde me trataron las quemaduras. Al preguntarme como me las había hecho, les dije que mi mujer me había tirado sin querer una sartén de aceite ardiendo. Tras curarme, volví a casa. Mi mujer no estaba, así que dejé la mochila con las flores encima de mi cama y me dispuse a darme un baño con agua caliente. Llené la bañera de agua, me desnudé y entré en él. Me relajé y cerré los ojos.
De repente, un terremoto que sacudió la casa me despertó. Primero creía que lo había imaginado, pero el baño se fue llenando de una bruma antinatural y comenzó a hacer tanto frío como en la montaña, a pesar de estar metido en el baño caliente. Asustado, me sequé a toda prisa y me vestí. Salí del baño y llegué a la puerta de la entrada. Alberto estaba esperándome.
-Así que al final cogiste las flores.
-Sí, pero había algo extraño en aquel lugar. -dije asustado.
-Al fin tenemos otra víctima para nuestro olmo.
-¿De qué...? No pude continuar la pregunta porque mi boca se llenó de sangre. Un aguijón de un metro me había atravesado el corazón. Noté como algo se posaba en mi hombro izquierdo; la cabeza de una asquerosa mantis. Sentí que me despendría de mi cuerpo. Flotaba en el aire. Vi mi cuerpo tendido en el suelo, rodeado de sangre. Luego vi a la mantis, del tamaño de una persona de dos metros. Miré hacia Alberto, que tambien me estaba observando.
-Tu alma está condenada, ¡ahora me perteneces!
-¡No!
Viajé hasta la cima de la montaña, hasta el olmo.
.....
Las flores de cristal se deshicieron en la mochila.

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